Por Emir Sader
Las referencias fundamentales para comprender el mundo contemporáneo
son el imperialismo y el capitalismo, sin los cuales nada resulta
inteligible. Así, evaluar a gobiernos y a fuerzas políticas significa,
antes que todo, evaluar la posición que tienen respecto a estas dos
referencias.
Los nuevos gobiernos latinoamericanos, que se volvieron mayoritarios
en el continente, deben ser considerados progresistas, porque
desarrollan procesos regionales de integración autónomos respecto a la
hegemonía norteamericana y, por otro lado, a contramano de los gobiernos
neoliberales que los han precedido, priorizan políticas sociales y no
ajustes fiscales, a la vez que desarrollan Estados que inducen el
crecimiento económico y garantizan derechos sociales, en lugar de
Estados mínimos.
El gobierno brasileño de Lula fue el segundo en ser elegido, en 2002,
después de Hugo Chávez, y se inició con una postura que fue fundamental
para el futuro de América latina; recogiendo las manifestaciones en
contra Área de Libre Comercio de las Américas (Alca), el gobierno
brasileño bloqueó su concreción, abriendo espacio para el
fortalecimiento y expansión de los procesos de integración regional.
Brasil empezaba a redefinir su lugar en el plano internacional, saliendo
de la tradicional situación subordinada a los Estados Unidos, adoptando
una posición soberana, independiente, lo cual fue decisivo para cambiar
la correlación de fuerzas en el continente y para generar el
aislamiento de Estados Unidos en la región.
Paralelamente, el gobierno Lula definió la prioridad de las políticas
sociales, en lugar del ajuste fiscal, lo cual le permitió, aun bajo
duros ataques de la derecha, conquistar gran popularidad, superar esa
ofensiva, consolidar su liderazgo y elegir su sucesora. Todo ello fue
posible porque Brasil –el país más desigual del continente y del mundo–
por primera vez disminuyó la desigualdad, la pobreza y la miseria.
Con el gran apoyo popular logrado, Lula impuso varias derrotas a la
derecha. Incluso, teniendo prácticamente toda la prensa en contra suyo,
Lula logró reelegirse y elegir su sucesora, Dilma Rousseff, como
presidente de Brasil.
Sin embargo, ese proceso no se da de manera lineal, ni ha logrado
superar los principales escollos para consolidar lo conquistado y seguir
avanzando. Los avances en Brasil se llevaron a cabo en las líneas de
menor resistencia de las relaciones de poder existente.
El gobierno posneoliberal en Brasil avanzó inicialmente en dos líneas
de mayor debilidad del neoliberalismo: las prioridades de las políticas
sociales, a través de un agregado de programas –como bolsa familia, luz
para todos, mi casa mi vida, micro créditos, entre otros–; pero el que
más efectos sociales tiene ha sido el aumento continuo de los sueldos y
de los empleos formales. Y los proyectos de integración regional,
partiendo del Mercosur, ampliando ese proceso hacia Unasur, el Consejo
Suramericano de Defensa, el Banco del Sur, la Comunidad de Estados
Latinoamericanos.
Frente a la crisis del 2008, quedó claro que había una tercera
dimensión en la diferenciación del gobierno brasileño respecto al
neoliberalismo: el rol del Estado, que pasó a ser instrumento esencial
para políticas anticíclicas de resistencia a la recesión internacional.
En lugar del Estado mínimo, se impuso un Estado inductor del crecimiento
económico y garantía de la afirmación de los derechos sociales.
La economía brasileña salió de la larga recesión que Lula había
heredado de Cardoso, por primera vez disminuyó la desigualdad social,
Brasil pasó a tener protagonismo internacional, en el plano regional y
en los intercambios Sur-Sur.
Esas grandes transformaciones en la sociedad y en el Estado brasileño
se han hecho en el marco de las regresiones apuntadas anteriormente.
Algunos de estos avances han sido recuperación de la capacidad de acción
del Estado, la recuperación de los niveles de formalización del mercado
de trabajo, el rescate de las múltiples formas de fragmentación social.
Pese a estos avances, que determinaron que un gobierno como el de
Lula alcance el mayor apoyo que gobierno alguno haya tenido, aun con los
grandes medios en su contra, no hubo transformaciones estructurales en
aspectos determinantes en la sociedad brasileña.
Los desafíos. La coyuntura actual plantea con claridad justamente los
tres más importantes temas pendientes en Brasil, para que la superación
del neoliberalismo adquiera un carácter irreversible. Por una parte,
Dilma Rousseff desarrolla una fuerte ofensiva contra lo que fue una
marca negativa distintiva de Brasil: la tasa de interés más alta del
mundo.
Si ese ya era un problema que frenaba el ritmo de desarrollo de la
economía brasileña, se ha vuelto aún más grave cuando las grandes
potencias del centro del capitalismo, frente a la crisis que viven,
promueven formas de proteccionismo cambiario, devaluando sus monedas y
aumentando así su competitividad, arrojando, además, dinero al mercado
para socorrer a sus economías en crisis, capitales que llenan las
economías periféricas. Brasil es víctima privilegiada de estas
políticas, por su alta tasa de interés.
El gobierno pasó a usar fuertemente los bancos públicos para
presionar la baja de las tasas de interés, con resistencia inicial de
los bancos privados, hasta que tuvieron que ceder, acompañando la baja.
Pero el enfrentamiento se planteó claramente, con la presidenta de
Brasil, reiterando un discurso duro en contra del capital especulativo y
logrando el aislamiento de los bancos.
Paralelamente, la gran bancada parlamentaria vinculada a los
agronegocios aprobó una reforma profundamente regresiva en el Código
Forestal, contando con los votos de la derecha, de aliados de centro del
gobierno e incluso de un partido de izquierda (PC do B). Dilma, cuando
se acerca la reunión de Río+20, va a vetar por lo menos algunas partes
de la ley, especialmente en la que se decreta amnistía para quienes han
deforestado.
Dilma choca así con dos de los sectores que se han constituido en los
mayores obstáculos a la implementación de un modelo de ruptura con el
modelo neoliberal. El tercero es el monopolio privado de medios de
comunicación. Estos pasaron a estar bajo ataque, no por iniciativa del
gobierno, sino por una investigación parlamentaria que involucra medios
de la prensa privada –toda ella opositora– con casos de flagrante
corrupción. Ello pone a la mídia privada a la defensiva y bajo
acusación, mientras que hasta aquí han estado en la ofensiva en las
denuncias en contra del gobierno.
De la resolución de esos conflictos dependerá en buena medida la
evolución posterior del gobierno brasileño. Además, se discute este año
en el Congreso brasileño el tema del financiamiento público de las
campañas electorales, que tiene dificultades para ser aprobado, pero sin
el cual se vuelve casi imposible un cambio popular en la composición
del Parlamento. Asimismo, en las elecciones municipales se juega la
continuidad o no de la derecha en la dirección de la principal ciudad
del país –Sao Paulo– en donde precisamente el candidato derrotado en las
elecciones presidenciales –José Serra– es, hasta ahora, el favorito
para triunfar, pero que encuentra un eventual obstáculo en el empeño de
Lula de hacer campaña activa a favor del joven ex Ministro de Educación,
Fernando Haddad.
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