domingo, 19 de diciembre de 2010

Lo que empezó a quebrarse en el 2001. Por Norberto Galasso

Allá por los años sesenta, mi generación aprendió que si en los países coloniales la opresión se ejerce a través de la fuerza bélica, en cambio, en los países semicoloniales - cuya independencia es sólo formal- las ideas ocupan el lugar de los fusiles.

Así resulta que mientras, en los primeros, la mera presencia de un ejército de ocupación provoca el surgimiento de rebeldías nacionales, en los segundos, a través de los distintos mecanismos de difusión de la, el orden dependiente queda enmascarado, de modo tal que resulta difícil desarrollar una conciencia nacional, de contenido antiimperialista.

Ello permite que el sistema se sobreviva no obstante que la mayoría de la sociedad resulta víctima de la explotación, y podría liberarse , ya fuese a través de las urnas o de la insurrección.

Por supuesto, ello sería posible si tuviese la convicción de que se halla sometida a un poder imperial, con el cual ha pactado la minoría oligárquica nativa.

Y además, por supuesto, que esa subordinación anula sus posibilidades de vida y desarrollo, es decir, si el vasallaje resultase tan a la vista como en aquellos países coloniales con presencia de ejércitos extranjeros de ocupación.

En los países semicoloniales, esa opresión externa es desconocida por amplios sectores de la sociedad, aún cuando son víctimas de la misma.

La dominación cultural les hace suponer que el orden instaurado - en lo político, económico, cultural, etc.- no obedece a una imposición sino que resulta solamente de las costumbres, idiosincracia, caracteres raciales y religiosos, influencias inmigratorias, etc. provenientes de la peculiar historia vivida.

Se trataría , desde esa mirada ingenua, de un orden natural - “tenemos los gobiernos que nos merecemos” - que ha sido dado de esa manera por propia responsabilidad del pueblo, ya sea a consecuencia de su abulia, su irresponsabilidad, su despilfarro, etc.

De tal manera, el orden semicolonial se legítima cotidianamente a través de las ideas que circulan en los periódicos, los libros, la televisión, la enseñanza en sus distintos niveles, el discurso de los políticos y los grandes intelectuales ,etc., convertidos en voceros del pensamiento de la clase dominante, capataza del Imperio.

Quizás resulte interesante hacer un recorrido por diversas áreas de esa superestructura cultural legitimadora de la dependencia, ésa a través de la cual se concreta, según Scalabrini Ortiz, “una sabia organización de la ignorancia acerca de la verdadera realidad nacional”.

En el orden filosófico, por ejemplo, se ha asistido en los últimos años a una preponderante influencia de ideas dirigidas a inculcar la resignación, el escepticismo, la impotencia. El posmodernismo educó en el sentido de que habían concluido las utopías, que las grandes gestas eran episodios de un pasado irrecuperable, que “la Historia”, en fin, había llegado a su término.

El mundo bipolar había desaparecido al desmoronarse la URSS y por tanto, también el Tercer Mundo había sido enviado al estercolero de la historia.

Sólo quedaba aplaudir al arrogante capitalismo en su etapa globalizadora y olvidarse de revoluciones, de antiimperialismos absurdos, de heroísmos y militancias trasnochadas.

A la mísera realidad sólo le cabía la respuesta ofrecida por editoriales que abrumaban las vidrieras de las librerías con material esotérico, por sectas religiosas capaces de exorcizar al diablo cuando en América Latina el único demonio es el imperialismo, por periodistas especializados en “experiencias celestes” y literatos peleados con la realidad, sólo capaces de navegar por recónditas honduras psicológicas. En definitiva, bajo distintas formas, resignarse a la esclavitud.

Este tipo de antídoto contra toda clase de rebeldías se acompañaba con un pesado velo sobre la realidad, ocultándola, a veces, o deformándola, en otros casos. Los efectos desgraciados de la dependencia no podían ocultarse, pero las causas quedaban sabiamente escondidas.

Esta dominación cultural opera, asimismo, en el campo de la Historia. Si enseñamos- en los colegios, en “los medios”, en los letreros de las calles y plazas, etc.- una historia donde los héroes son los amigos y socios del capital extranjero, gracias a cuya ayuda se han producido las épocas de esplendor y progreso, mientras que los gobiernos de los movimientos populares sólo han provocado catástrofes y decadencia, le estamos dando al opresor la mejor herramienta para que continúe esquilmándonos.

Jauretche enseñaba a este respecto que si lo autóctono es “barbarie y atraso”, y lo extranjero es “civilización y progreso”, “civilizar” se convierte en sinónimo de “extranjerizar”, de “desnacionalizar”, de borrar todo lo nuestro –costumbres, paisajes, músicas, y hasta personas- lo cual significa que para progresar debemos dejar de ser.

Del mismo modo, si los movimientos populares se caracterizan por la violencia mientras los gobiernos de las minorías son “democráticos”- para lo cual hay que esconder todos sus fusilamientos y degüellos - creamos las condiciones para que una buena parte del electorado no sólo crea en las bondades del libertinaje económico sino que vote a las “elites” inteligentes que son las custodias del orden conservador, y abomine de las experiencias populares.

Este “colonialismo mental” se reitera en las restantes áreas del conocimiento. En América Latina, por ejemplo, los ciudadanos cultos de las grandes ciudades son antirracistas y condenan –lo cual está bien- el antisemitismo y otras bárbaras discriminaciones-. Pero son estos mismos sectores sociales los que habitualmente manifiestan racismo contra sus compatriotas mestizos –bajo el calificativo despectivo de “negros”- considerándolos vagos, corruptos, ladinos, etc.

Si nuestros cuentos, poemas, leyendas, etc. – entrando al campo de la literatura- son de “segunda categoría” porque sus personajes, así como los autores, son también “de segunda”, es decir, si renegamos de nuestro propio canto y de nuestra propia fantasía, el escenario se cubre de letreros en idioma extranjero- como en nuestros cines y comercios céntricos- o en remeras con nombres exóticos que quien las usa no es capaz de traducir.

Es decir, en aquello que Manuel Ugarte denominaba - allá por 1927- , “el imperio del idioma invasor” (Es el mundo de los “delivery” y los “sale” imperando en las vidrieras actualmente).

Convertido -este escenario impuesto desde el exterior - en un paisaje natural y propio para los nativos, el capital imperialista puede llevarse la riqueza pues ya se ha llevado previamente el alma del país.

Otra vieja enseñanza (conferencia de Jauretche, 1937, teatro Politeama) explica que el planisferio que usamos, al tener óptica inglesa (Greenwich, meridiano cero, en Londres ) otorga a la Argentina un lugar abajo y a un costado, desde donde no se pueden trazar rutas de comunicación. Hoy Japón y Estados Unidos tienen planisferio propio, donde ellos se colocan en el centro del mundo.

No se trata de xenofobia ni nacionalismo delirante: simplemente son países soberanos, no sometidos a la vieja preponderancia inglesa. Quienes aún mantenemos el viejo planisferio – y nos “caemos” del mundo cuando queremos trazar rutas hacia el oeste y el sur - podemos cantar la canción a la bandera, pero seguimos siendo colonos mentalmente.

Carece de sentido abundar en aquello que forma parte de nuestra vida cotidiana: “es un gentleman”, “practica la puntualidad británica”, “hay que teñirse y si es posible, ponerse ojos celestes, porque así es la gente de primera”. Hace ya muchos años, un patriota revolucionario – John William Cook- acostumbraba a señalar que “el diccionario lo escribió la clase dominante”. Por eso, “la derecha” es diestra y en cambio, “la izquierda” es siniestra.” Pero no se puede terminar esta nota sin señalar que ese mundo ideológico se encuentra en pleno proceso de desmoronamiento. “Se ladeaba...se ladeaba...ya muy cerca del fangal...” como decía Discépolo. Y se muere irremisiblemente.

Las movilizaciones populares del 19 y 20 de diciembre del 2001 pusieron al desnudo que son muchos los argentinos que están de vuelta de estas fábulas.

Hay un mundo de ideas falsas, de instituciones mentirosas, de retóricas tramposas, de mitos y “zonceras” que forman parte de un pasado que está quedando definitivamente atrás.

Tengamos la certeza de que en los próximos años, los viejos mitos ya no existirán y el pueblo argentino podrá transitar victoriosamente su camino hacia una sociedad igualitaria, insertada en una América Latina unida y libre.

* Historiador, Director del Centro Cultural Enrique Santos Discépolo y Secretario General de la Corriente Política Discépolo

martes, 14 de diciembre de 2010

Cabecita Negra, un cuento de Germán Rozenmacher

El señor Lanari no podía dormir. Eran las tres y media de la mañana y fumaba enfurecido, muerto de frío, acodado en ese balcón del tercer piso, sobre la calle vacía, temblando encogido dentro del sobretodo de solapas levantadas. Después de dar vueltas y vueltas en la cama, de tomar pastillas y de ir y venir por la casa frenético y rabioso como un león enjaulado, se había vestido como para salir y hasta se había lustrado los zapatos.
Y ahí estaba ahora, con los ojos resecos, los nervios tensos, agazapado escuchando el invisible golpeteo de algún caballo de carro de verdulero cruzando la noche, mientras algún taxi daba vueltas a la manzana con sus faros rompiendo la neblina, esperando turno para entrar al amueblado de la calle Cangallo, y un tranvía 63 con las ventanillas pegajosas, opacadas de frío, pasaba vacío de tanto en tanto, arrastrándose entre las casas de uno o dos a siete pisos y se perdía, entre los pocos letreros luminosos de los hoteles, que brillaban mojados, apenas visibles, calle abajo.
Ese insomnio era una desgracia. Mañana estaría resfriado y andaría abombado como un sonámbulo todo el día. Y además nunca había hecho esa idiotez de levantarse y vestirse en plena noche de invierno nada más que para quedarse ahí, fumando en el balcón. ¿A quién se le ocurría hacer esas cosas? Se encogió de hombros, angustiado. La noche se había hecho para dormir y se sentía viviendo a contramano. Solamente él se sentía despierto en medio del enorme silencio de la ciudad dormida. Un silencio que lo hacía moverse con cierto sigiloso cuidado, como si pudiera despertar a alguien. Se cuidaría muy bien de no contárselo a su socio de la ferretería porque lo cargaría un año entero por esa ocurrencia de lustrarse los zapatos en medio de la noche. En este país donde uno aprovechaba cualquier oportunidad para joder a los demás y pasarla bien a costillas ajenas había que tener mucho cuidado para conservar la dignidad. Si uno se descuidaba lo llevaban por delante, lo aplastaban como a una cucaracha. Estornudó. Si estuviera su mujer ya le habría hecho uno de esos tés de yuyos que ella tenía y santo remedio. Pero suspiró desconsolado. Su mujer y su hijo se habían ido a pasar el fin de semana a la quinta de Paso del Rey llevándose a la sirvienta así que estaba solo en la casa. Sin embargo, pensó, no le iban tan mal las cosas. No podía quejarse de la vida. Su padre había sido un cobrador de la luz, un inmigrante que se había muerto de hambre sin haber llegado a nada. El señor Lanari había trabajado como un animal y ahora tenía esa casa del tercer piso cerca del Congreso, en propiedad horizontal y hacía pocos meses había comprado el pequeño Renault que ahora estaba abajo, en el garaje y había gastado una fortuna en los hermosos apliques cromados de las portezuelas. La ferretería de la Avenida de Mayo iba muy bien y ahora tenía también la quinta de fin de semana donde pasaba las vacaciones. No podía quejarse. Se daba todos los gustos. Pronto su hijo se recibiría de abogado y seguramente se casaría con alguna chica distinguida. Claro que había tenido que hacer muchos sacrificios. En tiempos como éstos, donde los desórdenes políticos eran la rutina había estado varias veces al borde de la quiebra. Palabra fatal que significaba el escándalo, la ruina, la pérdida de todo. Había tenido que aplastar muchas cabezas para sobrevivir porque si no, hubieran hecho lo mismo con él. Así era la vida. Pero había salido adelante. Además cuando era joven tocaba el violín y no había cosa que le gustase más en el mundo. Pero vio por delante un porvenir dudoso y sombrío lleno de humillaciones y miseria y tuvo miedo. Pensó que se debía a sus semejantes, a su familia, que en la vida uno no podía hacer todo lo quería, que tenía que seguir el camino recto, el camino debido y que no debía fracasar. Y entonces todo lo que había hecho en la vida había sido para que lo llamaran "señor". Y entonces juntó dinero y puso una ferretería. Se vivía una sola vez y no le había ido tan mal. No señor. Ahí afuera, en la calle, podían estar matándose. Pero él tenía esa casa, su refugio, donde era el dueño, donde se podía vivir en paz, donde todo estaba en su lugar, donde lo respetaban. Lo único que lo desesperaba era ese insomnio. Dieron las cuatro de la mañana. La niebla era más espesa. Un silencio pesado había caído sobre Buenos Aires. Ni un ruido. Todo en calma. Hasta el señor Lanari tratando de no despertar a nadie, fumaba, adormeciéndose.

De pronto una mujer gritó en la noche. De golpe. Una mujer aullaba a todo lo que daba como una perra salvaje y pedía socorro sin palabras, gritaba en la neblina, llamaba a alguien, gritaba en la neblina, llamaba a alguien, a cualquiera. El señor Lanari dio un respingo, y se estremeció, asustado. La mujer aullaba de dolor en la neblina y parecía golpearlo con sus gritos como un puñetazo. El señor Lanari quiso hacerla callar, era de noche, podía despertar a alguien, había que hablar más bajo. Se hizo un silencio. Y de pronto la mujer gritó de nuevo, reventando el silencio y la calma y el orden, haciendo escándalo y pidiendo socorro con su aullido visceral de carne y sangre, anterior a las palabras, casi un vagido de niña, desesperado y solo.
El viento siguió soplando. Nadie despertó. Nadie se dio por enterado. Entonces el señor Lanari bajó a la calle y fue en la niebla, a tientas, hasta la esquina. Y allí la vio. Nada más que una cabecita negra sentada en el umbral del hotel que tenía el letrero luminoso "Para Damas" en la puerta, despatarrada y borracha, casi una niña, con las manos caídas sobre la falda, vencida y sola y perdida, y las piernas abiertas bajo la pollera sucia de grandes flores chillonas y rojas y la cabeza sobre el pecho y una botella de cerveza bajo el brazo.
—Quiero ir a casa, mamá —lloraba—. Quiero cien pesos para el tren para irme a casa.
Era una china que podía ser su sirvienta sentada en el último escalón de la estrecha escalera de madera en un chorro de luz amarilla.
El señor Lanari sintió una vaga ternura, una vaga piedad, se dijo que así eran estos negros, qué se iba a hacer, la vida era dura, sonrió, sacó cien pesos y se los puso arrollados en el gollete de la botella pensando vagamente en la caridad. Se sintió satisfecho. Se quedó mirándola, con las manos en los bolsillos, despreciándola despacio.
—¿Qué están haciendo ahí ustedes dos? —la voz era dura y malévola. Antes que se diera vuelta ya sintió una mano sobre su hombro.
—A ver, ustedes dos, vamos a la comisaría. Por alterar el orden en la vía pública.
El señor Lanari, perplejo, asustado, le sonrió con un gesto de complicidad al vigilante.
—Mire estos negros, agente, se pasan la vida en curda y después se embroman y hacen barullo y no dejan dormir a la gente.
Entonces se dio cuenta que el vigilante también era bastante morochito pero ya era tarde. Quiso empezar a contar su historia.
—Viejo baboso —dijo el vigilante mirando con odio al hombrecito despectivo, seguro y sobrador que tenía adelante—. Hacete el gil ahora.
El voseo golpeó al señor Lanari como un puñetazo.
—Vamos. En cana.
El señor Lanari parpadeaba sin comprender. De pronto reaccionó violentamente y le gritó al policía.
—Cuidado señor, mucho cuidado. Esta arbitrariedad le puede costar muy cara. ¿Usted sabe con quién está hablando? —Había dicho eso como quien pega un tiro en el vacío. El señor Lanari no tenía ningún comisario amigo.
—Andá, viejito verde, andá, ¿te creés que no me di cuenta que la largaste dura y ahora te querés lavar las manos? —dijo el vigilante y lo agarró por la solapa levantando a la negra que ya había dejado de llorar y que dejaba hacer, cansada, ausente y callada, mirando simplemente todo. El señor Lanari temblaba. Estaban todos locos. ¿Qué tenía que ver él en todo eso? Y además ¿qué pasaría si fuera a la comisaría y aclarara todo y entonces no lo creyeran y se complicaran más las cosas? Nunca había pisado una comisaría. Toda su vida había hecho lo posible para no pisar una comisaría. Era un hombre decente. Ese insomnio había tenido la culpa. Y no había ninguna garantía de que la policía aclarase todo. Pasaban cosas muy extrañas en los últimos tiempos. Ni siquiera en la policía se podía confiar. No. A la comisaría no. Sería una vergüenza inútil.
—Vea agente. Yo no tengo nada que ver con esta mujer —dijo señalándola. Sintió que el vigilante dudaba. Quiso decirle que ahí estaban ellos dos, del lado de la ley y esa negra estúpida que se quedaba callada, para peor, era la única culpable.
De pronto se acercó al agente que era una cabeza más alto que él, y que lo miraba de costado, con desprecio, con duros ojos salvajes, inyectados y malignos, bestiales, con grandes bigotes de morsa. Un animal. Otro cabecita negra.
—Señor agente —le dijo en tono confidencial y bajo como para que la otra no escuchara, parada ahí, con la botella vacía como una muñeca, acunándola entre los brazos, cabeceando, ausente como si estuviera tan aplastada que ya nada le importaba.
—Venga a mi casa, señor agente. Tengo un coñac de primera. Va a ver que todo lo que le digo es cierto —y sacó una tarjeta personal y los documentos y se los mostró—. Vivo ahí al lado —gimió casi, manso y casi adulón, quejumbroso, sabiendo que estaba en manos del otro sin tener ni siquiera un diputado para que sacara la cara por él y lo defendiera. Era mejor amansarlo, hasta darle plata y convencerlo para que lo dejara de embromar.
El agente miró el reloj y de pronto, casi alegremente, como si el señor Lanari le hubiera propuesto una gran idea, lo tomó a él por un brazo y a la negrita por otro y casi amistosamente se fue con ellos. Cuando llegaron al departamento el señor Lanari prendió todas las luces y le mostró la casa a las visitas. La negra apenas vio la cama matrimonial se tiró y se quedó profundamente dormida.
Qué espantoso, pensó, si justo ahora llegaba gente, su hijo o sus parientes o cualquiera, y lo vieran ahí, con esos negros, al margen de todo, como metidos en la misma oscura cosa viscosamente sucia; sería un escándalo, lo más horrible del mundo, un escándalo, y nadie le creería su explicación y quedaría repudiado, como culpable de una oscura culpa, y yo no hice nada mientras hacía eso tan desusado, ahí a las cuatro de la mañana, porque la noche se había hecho para dormir y estaba atrapado por esos negros, él, que era una persona decente, como si fuera una basura cualquiera, atrapado por la locura, en su propia casa.
—Dame café —dijo el policía y en ese momento el señor Lanari sintió que lo estaban humillando. Toda su vida había trabajado para tener eso, para que no lo atropellaran y así, de repente, ese hombre, un cualquiera, un vigilante de mala muerte lo trataba de che, le gritaba, lo ofendía. Y lo que era peor, vio en sus ojos un odio tan frío, tan inhumano, que ya no supo qué hacer. De pronto pensó que lo mejor sería ir a la comisaría porque aquel hombre podría ser un asesino disfrazado de policía que había venido a robarlo y matarlo y sacarle todas las cosas que había conseguido en años y años de duro trabajo, todas sus posesiones, y encima humillarlo y escupirlo. Y la mujer estaba en toda la trampa como carnada. Se encogió de hombros. No entendía nada. Le sirvió café. Después lo llevó a conocer la biblioteca. Sentía algo presagiante, que se cernía, que se venía. Una amenaza espantosa que no sabía cuándo se le desplomaría encima ni cómo detenerla. El señor Lanari, sin saber por qué, le mostró la biblioteca abarrotada con los mejores libros. Nunca había podido hacer tiempo para leerlos pero estaban allí. El señor Lanari tenía su cultura. Había terminado el colegio nacional y tenía toda la historia de Mitre encuadernada en cuero. Aunque no había podido estudiar violín tenía un hermoso tocadiscos y allí, posesión suya, cuando quería, la mejor música del mundo se hacía presente.
Hubiera querido sentarse amigablemente y conversar de libros con ese hombre. Pero ¿de qué libros podría hablar con ese negro? Con la otra durmiendo en su cama y ese hombre ahí frente suyo, como burlándose, sentía un oscuro malestar que le iba creciendo, una inquietud sofocante. De golpe se sorprendió que justo ahora quisiera hablar de libros y con ese tipo. El policía se sacó los zapatos, tiró por ahí la gorra, se abrió la campera y se puso a tomar despacio.
El señor Lanari recordó vagamente a los negros que se habían lavado alguna vez las patas en las fuentes de plaza Congreso. Ahora sentía lo mismo. La misma vejación, la misma rabia. Hubiera querido que estuviera ahí su hijo. No tanto para defenderse de aquellos negros que ahora se le habían despatarrado en su propia casa, sino para enfrentar todo eso que no tenía ni pies ni cabeza y sentirse junto a un ser humano, una persona civilizada. Era como si de pronto esos salvajes hubieran invadido su casa. Sintió que deliraba y divagaba y sudaba y que la cabeza le estaba por estallar. Todo estaba al revés. Esa china que podías ser su sirvienta en su cama y ese hombre del que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era policía, ahí, tomando su coñac. La casa estaba tomada.
—Qué le hiciste —dijo al fin el negro.
—Señor, mida sus palabras. Yo lo trato con la mayor consideración. Así que haga el favor de... —el policía o lo que fuera lo agarró de las solapas y le dio un puñetazo en la nariz. Anonadado, el señor Lanari sintió cómo le corría la sangre por el labio. Bajó los ojos. Lloraba. ¿Por qué le estaban haciendo eso? ¿Qué cuentas le pedían? Dos desconocidos en la noche entraban en su casa y le pedían cuentas por algo que no entendía y todo era un manicomio.
—Es mi hermana. Y vos la arruinaste. Por tu culpa, ella se vino a trabajar como muchacha, una chica, una chiquilina, y entonces todos creen que pueden llevársela por delante. Cualquiera se cree vivo ¿eh? Pero hoy apareciste, porquería, apareciste justo y me las vas a pagar todas juntas. Quién iba a decirlo, todo un señor...
El señor Lanari no dijo nada y corrió al dormitorio y empezó a sacudir a la chica desesperadamente. La chica abrió los ojos, se encogió de hombros, se dio vuelta y siguió durmiendo. El otro empezó a golpearlo, a patearlo en la boca del estómago, mientras el señor Lanari decía no, con la cabeza y dejaba hacer, anonadado, y entonces fue cuando la chica despertó y lo miró y le dijo al hermano:
—Este no es, José —lo dijo con una voz seca, inexpresiva, cansada, pero definitiva. Vagamente el señor Lanari vio la cara atontada, despavorida, humillada del otro y vio que se detenía, bruscamente y vio que la mujer se levantaba, con pesadez, y por fin, sintió que algo tontamente le decía adentro "Por fin se me va este maldito insomnio" y se quedó bien dormido. Cuando despertó, el sol estaba alto y le dio en los ojos, encegueciéndolo. Todo en la pieza estaba patas arriba, todo revuelto y le dolía terriblemente la boca del estómago. Sintió un vértigo, sintió que estaba a punto de volverse loco y cerró los ojos para no girar en un torbellino. De pronto se precipitó a revisar todos los cajones, todos los bolsillos, bajó al garaje a ver si el auto estaba todavía, y jadeaba, desesperado a ver si no le faltaba nada. ¿Qué hacer, a quién recurrir? Podría ir a la comisaría, denunciar todo, pero ¿denunciar qué? ¿Todo había pasado de veras? "Tranquilo, tranquilo, aquí no ha pasado nada" trataba de decirse pero era inútil: le dolía la boca del estómago y todo estaba patas arriba y la puerta de calle abierta. Tragaba saliva. Algo había sido violado. "La chusma", dijo para tranquilizarse, "hay que aplastarlos, aplastarlos", dijo para tranquilizarse. "La fuerza pública", dijo, "tenemos toda la fuerza pública y el ejército", dijo para tranquilizarse. Sintió que odiaba. Y de pronto el señor Lanari supo que desde entonces jamás estaría seguro de nada. De nada.


Germán Rozenmacher (1936/1971) es uno de los narradores y dramaturgos que en los años sesenta contribuyó a definir una época; también fue un periodista excepcional. Se crió en un conventillo. Su padre había sido cantor de sinagoga, al igual que su abuelo. Él había decidido emprender otro camino, cuando a los dieciocho años se enamoró de una máquina de escribir. En todo lo que escribió puso de manifiesto sus propios conflictos existenciales. Al igual que otros escritores, en su momento, adhirió al peronismo; pero siempre desde un costado crítico. Por judío, incomodaba a algunos peronistas que sospechaban al sionista. Por peronista, incomodaba a ciertos judíos. Por defender a los palestinos fue tachado de traidor. Por peronista, defraudaba a la izquierda y era insoportable para la derecha. Por revolucionario, era peligroso para los amantes del orden.
Germán Rozenmacher falleció una mañana de intenso frío en Mar del Plata, junto con su hijo Pablo, de 5 años. Por el frío había encendido las hornallas de la cocina del pequeño departamento que ocupaba; pero no abrió una ventana. Un ridículo escape de gas le arrebató la vida, en la mañana del 6 de agosto de 1971, a los 35 años, mientras preparaba unas notas en Mar del Plata

Encontrado en
http://leerporquesi-1007.blogspot.com/2010/03/rozenmacher-german-cabecita-negra.html

domingo, 12 de diciembre de 2010

Y vos y tu familia, ¿no son inmigrantes?

Me da vergüenza el Jefe de Gobierno que tenemos.

Espero que pida perdón a las comunidades bolivianas y paraguayas en nuestro país.

Y que nos pida perdón a todos.

En el acuerdo firmado en el 2002, todos los habitantes del Mercosur podemos circular e intalarnos en cualquiera de ellos.

El ahora jefe de la bancada del PRO en la legislatura, Critian Ritondo, celebró y elogió el acuerdo celebrado por los países del Mercosur el 9 de noviembre de 2002.



Acá va la información:

Los países integrantes del Mercosur (la Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile y Bolivia) aprobaron el 9 de noviembre de 2002 el libre tránsito y residencia para todos sus habitantes. Esto implicó quienes viven en cada nación pueden circular o instalarse en cualquiera de ellas y gozarán los mismos derechos civiles que los nativos.
El propio Cristian Ritondo, hoy titular del bloque del PRO en la Legislatura porteña, celebró aquel acuerdo. No era para menos: en el momento en que se firmó, se desempeñaba como subsecretario del Ministerio del Interior. "Estamos frente a algo revolucionario que nos deja con una legislación sobre libre circulación de personas más avanzada que la de la Unión Europea", dijo entonces. El tratado eliminó la categoría de inmigrante ilegal para los ciudadanos de los países que integran el bloque regional. En aquel momento implicó la regularización automática de 300 mil argentinos que vivían en esos países y de cientos de miles de inmigrantes que residían en la Argentina, entre ellos 400 mil paraguayos. Paradójicamente, el jefe político de Ritondo hoy atribuye a la "inmigración descontrolada" el conflicto en Soldati.

http://tiempo.elargentino.com/notas/tratado-de-ritondo

martes, 7 de septiembre de 2010

30 RAZONES PARA DECIR NO AL KIRCHNERISMO

Por Rafael Arrastía.

1. NO a la nacionalización de las AFJP: Quiero que ya mismo le retornen nuestra plata a los bancos extranjeros para que ellos ganen los intereses. No quiero que con esos fondos el ANSES haga Escuelas en todo el país o le brinde proteínas al cerebro de nuestros niños.

2. No a la creación de 3.700 nuevas empresas metalúrgicas que se crearon desde 2003, con la creación 170.000 nuevos puestos de trabajo… No queremos mas fuentes de trabajo!!!!, si hay muchos desocupados es mejor porque así hay mas oferta laboral y podemos bajar los sueldos y luego reprimir como hicimos siempre.

3..No a las 6.500 obras públicas que se están haciendo en todo el país. Si hay mas escuelas y universidades habrá mas trabajo, si hay mas rutas habrá mas comercio, si hay mas centrales termoeléctricas no habrá cortes de luz y habrá más producción, si hay mas puertos habrá mas exportación ¡!! NOOO…por favor volvamos a los saqueos !!.

4. No a los 5.000 Kilómetros de redes de agua y cloacas que se construyeron en estos 7 años. No queremos que haya un ministerio que planifique e invierta donde los privados no invierten. Porque dá la sensación de que hay un Gobierno que está construyendo un futuro para todos…!!Y ESO NO ES CIERTO!! Porque Maria Laura Santillan nos dice que no es verdad.

5. No a la entrega de 3 millones de netbooks a estudiantes secundarios argentinos. Que vayan a la esquina a tomar un cerveza o a consumir paco. Si estudian van a conseguir trabajo en blanco y ASÍ van aportar al ANSES, pero esa caja ya no la manejan los Bancos Privados.

6. NO a la generación de empleo para 4 millones de argentinos que consiguieron trabajo desde el 2003, y así el desempleo paso del 23% al 8%. ¡Que los devuelvan ya! No a que la argentina tenga el Salario Mínimo más alto de America Latina.

7. No queremos a los 70 mil jóvenes de Europa y toda America que estudian en la Argentina, por ser un país barato, “seguro” y de alto nivel académico, y que hacen ingresar al país 320 millones de pesos por año. NOOO…Eligieron mal, la educación es mala, aunque ellos se sienten mas seguros que en otros países, están equivocados son estúpidos suicidas y masoquistas!!

8. NO a la Asignación Universal por Hijo, que lleva proteínas a los cerebros de los niños. ¡! Por díos!!... Si sigue bajando la pobreza que nos dejaron los Menemistas y Radicales de que va a hablar Bergoglio.

9. No a la repatriación de 700 científicos argentinos, con sueldos acordes a sus estudios. No a la recuperación del CONICET: Que se vuelvan a EE.UU o que se vayan a lavar los platos, como decía el inolvidable ministro Cavallo.

10. No a las 700 escuelas que se construyeron. ¿Quién se cree Kirchner? ¿Sarmiento? ¡Demolición ya! NO al Aumento del Presupuesto Educativo: Rechazamos que se haya aumentado desde el 2003 del 1,2% del PBI al 6% del PBI actual.

11. NO al Dólar a 4 pesos que protege la industria nacional y favorece las exportaciones. Quiero volver al 1 a 1, donde podíamos comprar todo afuera en lugar de fabricarlo acá, y así cerramos 400 mil empresas, legamos a 4 millones de desocupados y a 200 mil millones en deuda externa. Que vuelvan Cavallo y López Murphy, y vuelva la basura de Taiwan!!!

12. NO al Plan Argentina Trabaja, que hizo que 100 mil argentinos se organicen en cooperativas. ¡! Los que tienen hambre que pidan en las calles, que coman en ollas populares y que los defienda Castells; y si no que realicen saqueos organizados por Dualdhe... ¡Todos los Pobres a la Cárcel! ¡Mano Dura YA!

13. NO a la vuelta al crédito y las cuotas sin interés: Quiero volver al 2003, nada de compra de autos 0 kilómetro, ni cocinas, ni calefones, ni computadoras pagadas en 30 inútiles cuotas. No quiero que trabajen los trabajadores de esas empresas, ¡! quiero que los despidan ¡!.Quiero ver piqueteros que corten las calles !!!

14. NO a la recuperación Correo Argentino para los argentinos. ……..NO a la Nacionalización de Aerolíneas:……. NO a la recuperación de la Fábrica de Aviones de Córdoba: Podemos comprar aviones brasileños, no necesitamos fabricarlos acá.

15. NO a la Renovación de la Corte Suprema: Quiero volver a la mayoría automática. Quiero volver a la corte anterior que nos permitía despedir a los trabajadores sin indemnización y nos permitía cubrir los negociados de las grandes corporaciones. Quiero que vuelvan los jueces menemistas!.

16. NO a la derogación de la Ley de Radiodifusión de la Dictadura: Quiero que los medios sigan en pocas manos privadas y quiero seguir pagando para ver el fútbol.

17. No a la ley conocida como Estatuto del Peón Rural, por el cual los trabajadores del campo comenzaran a tener seguridad social, aguinaldo y vacaciones pagas. Esto es peronista!!! Esto con Duhalde o con Mari no pasaría!!. No a la Ley para Las Empleadas Domésticas. Pero que se cree Cristina, que es Eva Duarte?.

18. No a que se haya bajado la relación de la DEUDA EXTERNA de un 160% del PBI a solo un 40% del PBI. Con Esto solo logramos los elogios de Hillary Clinton como Secretaria de Estado de EE. UU. Con esto lo único que se logra es que Morales Solá no sepa que decir; y …ni Morales, ni Solá se merecen esa afrenta.

19. No a la Ley que preteje a las mujeres de la violencia domestica. No a la Ley de Matrimonio Igualitario. Apoyamos la propuesta de la Isla para gays del Cardenal Quarrasino.

20. . No al subsidio en los pasajes de los colectivos y los trenes, queremos que el transporte ocupe un alto porcentaje de los salarios como sucede en Brasil y en otros países de la región. No al subsidio en el GAS y la LUZ!!!

21. NO a la política de Derechos Humanos: No hay que juzgar a nadie, lo hecho, hecho está. Que devuelvan la ESMA para prácticas de tortura, ya que en cualquier momento la vamos a necesitar. Hay que darles la bendeción a todos los militares que nos gobernaron!!!!.

22. No al Fondo de Desendeudamiento de las Provincias. Si se endeudaron que se embromen!!!.....NO a la recuperación de los pequeños agricultores.

23. NO a la UNASUR, Unión Latinoamericana de Naciones: Que nos brinda la seguridad de que si atacan a uno, atacan a todos, porque hay un “Consejo Latinoamericano de Defensa”. ¡!Queremos volver a las relaciones carnales con EEUU!!! y que nadie nos apoye por el reclamo de Malvinas.

24. No a que la corrupción sea solo de algunos funcionarios. Queremos que todas las políticas sean corruptas (como la privatización de los fondos de los jubilados, de YPF, SOMISA, la Luz, el Gas, los trenes, etc.); como fue hasta el 2003. Si todo el “modelo de país” es corrupto no es noticia y no sale en los diarios, en cambio cuando la corrupción es de un solo funcionario, como Jaime, es tapa de Clarín.
25. No a la libertad de reclamar públicamente sin represión.
¡! Queremos gases y palos, como en Grecia o como fue en los últimos 50 años !!!

26. No a la Tevisión Digital, Abierta y Gratuita, para TODOS los argentinos. Queremos seguir pagando por la TV por Cable y por el fútbol, y sobre todo ¡! queremos que el grupo Clarín vuelva a dirigir a nuestros Presidentes ¡!. No a la emisión de Canal Encuentro, educativo y cultural.

27. No a un festejo masivo del Bicentenario de la Patria. Donde participen todos los sectores, como las provincias, las colectividades, la Industria, los militares, los artistas, las Madres de Plaza de Mayo, los pueblos originarios, etc. La patria debe ser para pocos elegidos y los festejos también…!!Al Colón!!... Al Colón!!!

28. No al descuento del 80% para los medicamentos de jubilados, que vuelva al 40% como fue hasta el 2009. Si los viejos no se cuidaron de jóvenes y trabajaron de más, que se embromen.

29. NO a la jubilación universal para 1.800.000 viejos.
Los que no hicieron aportes, que no se jubilen como era antes, y que devuelvan la plata todos los que se jubilaron injustamente con Kirchner.

30. No a que vengan millones de TURISTAS por año a visitar Buenos Airtes y la Argentina PORQUE AFIRMAN QUE ES EL PAÍS MAS SEGURO DE TODA AMERICA LATINA. No queremos que venga nadie a vernos porque se llevan una imagen falsa, si quieren conocer el país que nos miren desde el exterior por Canal 13 y por TN

domingo, 29 de agosto de 2010

ENTREVISTA CON EL FILOSOFO Y POLITOLOGO ERNESTO LACLAU

De visita en Argentina, Laclau se refirió al asunto de Papel Prensa. También elogió el rumbo del Gobierno y analizó el escenario que se plantea para las próximas elecciones presidenciales. Además, habló de la situación actual de América latina.

Por Federico Poore

Ernesto Laclau está cansado. Su última semana en San Juan estuvo repartida entre conferencias, reconocimientos y cenas en su honor bien lejos de Londres, donde vive. Por eso, antes de comenzar la entrevista, el autor de La razón populista se desploma en uno de los sillones del lobby del Hotel Provincial. Luego, sí, elogia el rumbo del gobierno de Cristina Fernández, compara el armado del kirchnerismo con el PT de Lula y dice que el modelo argentino es superior al de las “socialdemocracias” de Uruguay y Chile. Se anima, incluso, a hablar de Papel Prensa. “Si prevalecen situaciones monopólicas o conservadoras, la guerra está perdida”, asegura.

–Usted sostuvo que el modelo económico argentino “rompía con el neoliberalismo de los noventa”. ¿Dónde observa estas rupturas?

–En primer lugar, si no hubiese estado este gobierno, con su capacidad de resistencia a los dictados del FMI, estaríamos en pleno ajuste. Gracias a que no lo hubo, el país se ha recuperado rápidamente y la crisis internacional no ha llegado a golpear demasiado. La semana pasada apareció en The Economist un artículo sobre la estrategia económica de Cristina (Kirchner). Ellos reconocen que los índices económicos van muy bien, pero dicen que no es debido a la política económica del Gobierno, sino que sostienen que lo que han tenido los Kirchner es mucha suerte. Esto me hizo acordar a una historia de Napoleón contra los generales austríacos. Los austríacos llevaban a cabo una guerra con ejércitos aristocráticos, con todas las reglas científicas de la forma de combate del siglo XVIII. Luego llegaba Napoleón con sus ejércitos populares, destrozaba las líneas austríacas y ganaba la batalla. Y los generales austríacos decían: “Gana, pero no es científico” (risas).

–¿Cómo describiría el escenario político para las próximas elecciones?

–Hace un año había predicho que si la oposición tuviera un mínimo de sentido común, iría por una fórmula Alfonsín-Binner. Ahora parece que están avanzando en esa dirección. El problema de la oposición es no poder presentar un frente unificado en primera vuelta. Los radicales van a seguir con su alianza con el socialismo, pero el Peronismo Federal no se va a quedar atrás. Va a tener que elegir un candidato y ahí es una bolsa de gatos total. Además, Pino Solanas se va a presentar sí o sí. Entonces con por lo menos tres fuerzas opositoras, la posibilidad de que Kirchner obtenga el 40,1 por ciento de los votos en la primera vuelta y que tenga una distancia de más de diez puntos del candidato que lo siga son bastantes altas. En resumen, tal como va la cosa hasta ahora creo que las chances del kirchnerismo son considerablemente mejores que hace un año.

–Hay quienes sostienen que la postulación presidencial de Solanas podría restarle votos a Néstor Kirchner. ¿Esto es así?

–No, definitivamente no es el mismo electorado. Además, la suya es una política tan zigzagueante y tan oportunista, que la misma gente que lo votó ha tenido un gran desencanto con Pino Solanas.

–¿Hay lugar para algo que esté a la izquierda del kirchnerismo?

–Sí: Martín Sabbatella. Hoy puede ser un polo de construcción para fuerzas de centroizquierda que entren en una alianza para la presidencia, y ser una transversalidad más real que la del pasado.

–¿A qué se refiere al plantear que el kirchnerismo es un significante abierto?

–Es un significante abierto en el sentido de que todo lo que empezó a surgir en el 2003 recién comienza a tomar una cierta imagen. En el 2003 era poca cosa: Kirchner salió elegido candidato por uno de esos movimientos internos casi incomprensibles del peronismo y empezó a fijarse en el imaginario colectivo con una cierta idea de unidad o de acuerdo, dado que tiene que representar un arco bastante amplio de fuerzas. Afortunadamente, su núcleo político es lo suficientemente razonado como para no hacer la ingenuidad de lanzarse a conducir un partido exclusivamente ideológico. La incorporación de las distintas fuerzas que se unieron bajo la denominación de “kirchnerismo” es la misma política que ha hecho Lula en Brasil. El Partido de los Trabajadores es ideológicamente muy limitado, pero cuando llegó al Gobierno tuvo que generar una política basada en la transversalidad con grupos de centroizquierda. Las alianzas son otras, y no necesariamente tienen que competir entre ellas. Además, tienen una excelente presidenta del Banco Central, que esperemos que pueda seguir, y un papel político perfectamente claro.

–¿Por qué dice que la división entre Estado y sociedad civil se está borrando?

–Porque hubo una politización de una cantidad de sectores de la sociedad civil. Hace cuarenta años, si uno pensaba cuáles sectores de la sociedad estaban politizados, tenía que decir: los sindicatos. Pero hoy, junto con los sindicatos hay otro tipo de organizaciones. Después de 2001 empezaron las fábricas recuperadas, los piqueteros, movilizaciones en la sociedad que necesariamente conducen a la ampliación del espectro democrático. Estas organizaciones son cuasiestatales: participan activamente de la esfera política, varían en el tiempo y empujan cada vez más límites. El kirchnerismo se ha favorecido por el desarrollo de esos movimientos.

–Chantal Mouffe sostiene que todo Gobierno construye un “nosotros” y un “ellos”. Usted sostuvo que, en un principio, el kirchnerismo construyó el “ellos” en el menemismo. ¿Cuál sería el actual?

–El poder financiero de las corporaciones, claramente.

–¿Y el caso de los medios de comunicación?

–Los medios están organizados monopólicamente, de forma muy poco democrática. El asunto de Papel Prensa es claro en ese sentido, es un monopolio que a partir de ahora no va a existir. El Congreso podrá imponer algunos obstáculos pero el tema ya quedó planteado. Es un momento de apertura. Me parece que la batalla política tiene que darse en base a una relación distinta respecto a los medios, y si prevalecen situaciones monopólicas o conservadoras, la guerra está perdida. Necesitamos que haya más Canal 7 y más Página/12.

–Hace un tiempo planteó que el kirchnerismo había encarado una reforma del Estado a partir del avance sobre ciertos aspectos de poder, como el reemplazo de la cúpula militar y la reforma de la Corte Suprema. ¿Cuáles serían los próximos pasos?

–Los pasos ya están dados. El Gobierno ha sancionado la ley de medios y avanzado con la reforma del sistema jubilatorio, eliminando una de las peores formas que prevalecían de los ’90. También ha implementado la asignación universal por hijo, que todavía es poco pero que es un paso importante. El nivel de pobreza del país claramente está bajando.

http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-152181-2010-08-29.html

miércoles, 25 de agosto de 2010

¿ES CAPRICHO NO PAGAR EL 82% MÓVIL?


Una estratagema de la oposición

El llamado Grupo A, que nuclea las fuerzas opositoras al gobierno de Cristina Fernández, ha logrado aprobar en la Cámara de Diputados el 82% móvil para los haberes jubilatorios. Lo ha hecho sin prever los recursos que permitan afrontar esa erogación (no por una sola vez sino de aquí para adelante) y con el no muy oculto propósito de forzar al gobierno a vetar la ley o a bloquearla en el Senado, pagando los consiguientes costos políticos.

Es una estratagema burda de quiénes ya gobernaron el país largamente, sin que se les pasara jamás por la cabeza hacer esto. Por el contrario, la jubilación mínima se mantuvo durante años congelada en módicos $150 (durante los gobiernos de Menem y de la Rúa). En la gestión de la alianza, asimismo, se hizo una quita de 13% sobre las jubilaciones que excedían de cierto piso, con el propósito de equilibrar el presupuesto. Tiempo después ese descuento sería restituido por el gobierno de Duhalde, cuando la inflación lo había licuado lo suficiente como para no pesar en demasía sobre el erario público.

La gente del común –que ve con simpatía esa mejoría para los pasivos– y por supuesto los beneficiarios mismos de este abrupto brote de generosidad, deben experimentar hoy día ambiguos sentimientos. Por un lado, algo de sorpresa, por ver de quiénes proviene la iniciativa. También comprensible enojo: ¿por qué se niega tenazmente el gobierno a una reivindicación tan justa? (un gobierno que, por lo demás, declama la justicia distributiva y se ha ocupado no poco de aumentar las jubilaciones mínimas así como de incrementar la cobertura previsional). Por fin, también deben sentir alguna curiosidad: ¿por qué ningún gobierno hizo nunca siquiera el intento de restablecer ese efímero legado que se remonta a los orígenes del sistema jubilatorio y parece tan razonable?

Para responder a estas cuestiones, no estará de más explicar un poco cómo fue concebido el sistema previsional local –a imagen y semejanza de otros existentes en el mundo–-, cómo evolucionó luego y cuál es su situación actual.

Los orígenes del sistema previsional

La generalización del régimen jubilatorio a la mayor parte de las actividades tuvo lugar en Argentina bajo el primer peronismo, cuando se multiplicaron las cajas de jubilaciones. Hasta allí, unas pocas actividades contaban con ellas. Así, el sistema reconoce un origen histórico: no forma parte de la creación del mundo ni del paisaje natural.

Cómo por entonces había muy pocos jubilados y muchos trabajadores activos que aportaban, el sistema era superavitario. Por supuesto que eso no duraría. Por otra parte, los fondos excedentes no se guardaban sin utilizarlos, porque la inflación de aquellos años (los años cincuenta y sesenta) los hubiera licuado. Se emplearon en cambio para financiar la educación y la salud públicas, entre otros gastos.

El sistema se unificó a nivel nacional hacia finales de los años sesenta, bajo el gobierno de Onganía, al crearse el llamado Sistema Nacional de Previsión Social, de carácter contributivo y obligatorio y basado en el principio de solidaridad intergeneracional. ¿Qué significaba esto?: que los aportes de los trabajadores activos servían para pagar las jubilaciones de los que ya estaban jubilados. Entiéndase bien: no se guardaban en una cuenta individual a la espera de que se jubilara el aportante sino que se destinaban a pagar los haberes de las generaciones anteriores. Así funcionaba.

La crisis del sistema previsional

Pero ocurrió –aquí y en todas partes del mundo– que la esperanza de vida se incrementó: los jubilados ya no sobrevivían 10 años a su retiro sino 15 y luego 20. De manera que eran cada vez más...

Al mismo tiempo, desde los años ochenta se fue transformando el mercado de trabajo: cundieron las actividades informales, por cuenta propia o bien asalariadas pero en negro. Esto pasó en todas partes: por ejemplo en Gran Bretaña, en Francia, en Alemania, etc. Hay una muy abundante literatura, principalmente europea, sobre la cuestión.

¿Y a qué se debió? En parte fue el resultado de cambios tecnológicos que determinaron que una mayor producción (de bienes y servicios) fuera posible con menos trabajadores ocupados. Es decir, aumentó la productividad. Por otra parte, como los salarios y otros costos laborales habían estado creciendo en los treinta años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial (los sindicatos lograron muchas conquistas en esos años, en Argentina por cierto, pero también en otras muchas partes del mundo), el capital aprovechó para tomarse una revancha sobre el trabajo y recuperar en parte su tasa de ganancia a costa de éste.

Para eso, llevó a cabo reformas organizativas para ahorrar mano de obra y logró que gobiernos afines (como los de Reagan y Tatcher en Estados Unidos y Gran Bretaña y como la dictadura militar y el menemismo en Argentina) impulsaran una legislación favorable al debilitamiento de los vínculos laborales que unían a los trabajadores con los patrones (principalmente, ya se sabe, en lo que atañe a las responsabilidades y obligaciones de estos últimos). Así, cundió el vínculo laboral sin contrato y sin aportes. Y para los trabajadores reglados, por ejemplo, no casualmente de redujeron los aportes patronales bajo el pretexto de que si el trabajo resultaba más barato los empleadores se sentirían estimulados a contratar más mano de obra. Pero no dio resultado y el desempleo, que ya era alto, siguió en aumento.

El resultado –aquí y en otras partes del mundo, ya se ha dicho– fue que hubo menor número de trabajadores, menos de ellos aportando y aportes menores en el caso de los que seguían haciéndolo (al disminuirse la parte patronal de esos aportes).

El sistema –con más beneficiarios y menos cotizantes– comenzó a hacer agua. En muchos países, no en todos pero sí en la Argentina, se optó por una solución “quirúrgica”. Se lo convirtió en un sistema de capitalización privado, donde cada trabajador aportada a una AFJP, que se quedaba con un tercio de su aporte a cambio de administrarle el resto. Se suponía que multiplicarían su dinero para cuando llegara el día del retiro. Ilusorio supuesto...

¿Y los actuales jubilados? Se embromaban, porque ya no se contaba con el aporte de todos los activos (sino apenas de unos pocos que no habían cambiado de sistema). Lejos de alcanzar para pagar el 82% móvil, la plata que entraba ya no alcanzaba para pagar las muy magras jubilaciones que se abonaban (la mínima de $ 150...). Y hubo que destinar otros recursos: parte del IVA, del impuesto a las ganancias y de los impuestos coparticipables (las provincias cedieron un 15% del total de los mismos, puesto que, en la mayor parte de los casos, sus jubilados recibían sus haberes del sistema nacional). Más de la mitad del total de las jubilaciones no provenía de aportes del sistema sino de impuestos que pagaban todos los argentinos.

La paradoja es que, como habían perdido sus trabajos en blanco, muchos de esos que pagaban los impuestos –y los haberes de los jubilados– ya no podían completar sus propios aportes y no tendrían derecho a una jubilación al momento de llegar a la edad prevista.

Aquí –a semejanza de otras partes del mundo– se optó entonces por “hacer esperar” a los jubilados para reducir su número, difiriendo la edad jubilatoria. Pero además, se congelaron –ya fue dicho– los haberes (gobierno de Menem) y luego se los recortó en un 13% (gobierno de De la Rúa) para poder achicar el gasto.

El sistema había dejado de funcionar, en definitiva. Y ya no garantizaba la futura cobertura: ni el derecho a contar con ella por haber aportado ni los fondos para financiar las jubilaciones. No es que los gobiernos se habían robado la plata de los jubilados (aunque bien mirado, las AFJP sí que se quedaban con uno de cada tres pesos de quienes aportaban a ellas): sencillamente la plata no alcanzaba para los que ya estaban jubilados y cada vez más personas llegarían a la vejez sin poder jubilarse.

¿Qué hacer...?

Así que algo había que hacer al respecto. Y se hicieron varias cosas:

· Aumentar la jubilación mínima de $ 150 a más de $ 1000 (si se computa el último aumento),

· Eliminar las AFJP y volver al sistema original de reparto, lo que permitió recuperar toda la masa de aportes de los activos, conjuntamente con los fondos acumulados e invertidos por las AFJP: el llamado Fondo de Sustentabilidad Previsional.

· Establecer un mecanismo de ajuste automático para el conjunto de las jubilaciones (basado en la evolución del salario medio y en la evolución de los recursos del sistema: los aportes de los trabajadores activos).

· Pero además, fue preciso hacer otra cosa: establecer una amplia moratoria previsional para los que no habían podido hacer o completar los aportes necesarios.

Si las jubilaciones ya no se pagaban totalmente con aportes sino con impuestos no provenientes del trabajo, entonces carecía de sentido que solamente pudieran jubilarse los que computaban aportes. Con eso, el número de jubilados se incrementó fuertemente y los fondos destinados a pagar las jubilaciones también. Su peso sobre el gasto público se duplicó.

En la actualidad, el dinero proveniente de los aportes de los trabajadores activos permite pagar poco más de la mitad de las jubilaciones. En parte, eso obedece también a que aumentó el empleo en blanco. El resto del dinero que entra al ANSES proviene de otros impuestos. Eso es lo que arroja un superávit sobre el gasto en jubilaciones que se usa, por ejemplo, para pagar las asignaciones familiares.

Además, el gobierno toma prestado parte de ese superávit: se financia con él a cambio de un título que cancela al vencimiento y que genera intereses. Es decir, toma préstamos de corto plazo allí en lugar de aumentar la deuda externa solicitándolos a la banca internacional. Lo cual, es un modo más seguro de invertir los fondos excedentes en lugar de destinarlos a compras de títulos privados, como hicieron en parte las AFJP, que acabaron por depreciarse fuertemente. Esto es usual en todos los países del mundo, porque los títulos públicos son considerados una inversión conservadora pero más segura.

¿Y el 82% móvil?

¿Y qué hay del 82% móvil? Pagarlo exigiría aumentar fuertemente los recursos del sistema. Si se piensa que el aporte actual asciende aproximadamente al 20% de la masa salarial, tendría que haber cuatro aportantes por cada jubilado para alcanzar a 80%. En realidad, la relación actual es de alrededor de 1,5. Es decir, para pagar una jubilación promedio de 30% del sueldo de los activos.

El pequeño superávit actual, que se obtiene sumando los otros recursos –de origen no previsional– está muy lejos de alcanzar para cubrir la diferencia. Como tampoco es razonable usar los recursos acumulados en el Fondo de Sustentabilidad Previsional, que no constituyen un flujo sino un stock: en poco tiempo se habrían agotado. Por otra parte, ese fondo no es inmediatamente líquido, sino que está nominado en acciones y otros títulos, cuyo valor de mercado bajaría inmediatamente si se los pretende vender en forma masiva para generar liquidez.

Un posible camino –que solo fue sugerido por una parte minoritaria de la oposición– podría consistir en elevar nuevamente los aportes de los empleadores, restituyendo su nivel anterior a la reducción operada en el gobierno de Menem. Tampoco es un camino gratuito: podría desalentar la contratación de trabajadores en blanco, con lo que en definitiva habría menos aportes futuros y al menos una parte del efecto se neutralizaría.

En definitiva, no se trata de un capricho sino de una decisión política que debe tener fundamento en recursos que permitan volverla sustentable en el futuro.

Horacio Chitarroni Maceyra

Agosto de 2010

jueves, 1 de abril de 2010

Entregate trapito, estás rodeado...


¿Escucharon a Macri alguna vez hablar de la pobreza, de los desocupados, de los problemas sociales?

Yo no. Siempre que sale ese tema o alguien le pregunta al respecto, él dice que hay que hablar con la Lic. María Eugenia Vidal del MInisterio de Desarrollo Social.

Es increíble que el Jefe de Gobierno no pueda decir ni una palabra sobre estos temas.

O tal vez no....tiene cosas más importantes de que preocuparse.

Los ciudadanos decentes que pagan impuestos, agradecidos.

Alejandra Paz


Por Jorge Giles

30-03-2010 /

Mauricio Macri sigue en su afán de combatir la pobreza y, ya que está, combatir a los pobres.

Duro con ellos Mauricio. Que no quede ninguno para el Bicentenario.

Que las callecitas porteñas vuelvan a oler ese perfume francés del primer centenario, aunque el Riachuelo no sea el Sena ni la "poli" del Fino sea la "poli" parisina.

Que no se vean trapitos ni artistas callejeros ni artesanos, es también una manera de despegarse de "la mierda oficialista".

La picana eléctrica Taser será el arma para combatir a estas mafias urbanas.

Ya que no habrá multas ni trabajo correctivo para estos delincuentes, por que "estas mafias están compuestas por gente que no tiene patrimonio", afirmaron los de Macri.

¿No es fino?

En solemne conferencia, el jefe de la Ciudad comunicó la inclaudicable decisión de reformar el Código contravencional para prohibir la actividad de los pibes que cuidan y limpian coches en las calles, "los trapitos", prohibir el uso de palos y los rostros cubiertos de manifestantes y autorizar la inmediata intercepción de personas que por "su aspecto" resulten sospechosas, antes que puedan cometer un delito y, si estas personas portaran una ganzúa, un elemento cortante, o cualquier otro que haga presumir la comisión de un delito, pues bien, entonces a meterlos en la gayola.

A guardar el corta uñas señora, por las dudas.

En primicia, estamos en condiciones de informar (como diría un movilero) que la inteligencia macrista, que incluye a los legisladores del Pro, habría detectado una conversación de la Presidenta con su esposo, en donde ambos pronunciaron en sólo media hora de charla, al menos cien veces la palabra "inclusión social".

Advertido de este dato, dice la fuente, absolutamente veraz, Macri no dudó en convocar a su gabinete para decirles que su gobierno haría exactamente lo contrario del modelo de inclusión que preside Cristina; es decir, ejecutaría más exclusión social.

Y lo habría fundamentado en los principios de las artes marciales, que enseñan a identificar a un enemigo, haciendo exactamente lo contrario que el enemigo hace.

"¿Por quién empezamos, jefe?" Habría preguntado Rodri Larreta.

A lo que Macri respondió con su tonito habitual:

"¿Y con quién va a ser, papá?" "Con los trapitos" se respondió él mismo.

La estrategia fue saludada con largos aplausos y vivas de los presentes y algunos, muy sensibilizados, derramaron lágrimas de emoción mientras elevaban al cielo sus miradas y gritaban entusiastas: "Aleluya, bendito sea el señor"

Para no blasfemar ni ofender a nadie, preferimos dar rienda suelta a nuestra cultura discepoliana, en el vano intento de explicar semejante despropósito reaccionario.

Lo hizo maravillosamente León Gieco en su canción "El Imbecil":

"Son de los que quieren que los chicos estén pidiendo guita y comida en las calles.

Cerrás las ventanillas de tu auto falo, cuando los chicos te piden un mango.

Cuidado Patri, guarda Ezequiel, cuidado el bolso con cosas de valor.

Cuidado Nancy, poné el brazo adentro, de un manotazo te sacan el reloj.

Soy su padre y les voy a explicar que piden para no trabajar.

No tuvieron la suerte de ustedes de tener un padre como el que tienen".

Ya no hace falta gastarse en palabras para describir el modelo de país de Macri, Carrió, Cobos, Duhalde, De Narváez.

Hay que mirar la ciudad, nada más.

Lo que para Cristina es inversión social, para esa derecha, como lo dice Clarín, es puro "gasto público".

¿Pondrán en esa lista de "gastos" la fenomenal transferencia de recursos que la Nación otorga a Macri en obras de infraestructura y subsidios que en dinero significan un 50 % más al presupuesto porteño?

Cuando usted lea que dicen: "hay que recortar el gasto público de los Kirchner", sepa que están proponiendo cortar la obra pública, la construcción de viviendas, escuelas y hospitales, la creación de fuentes de trabajo y producción.

Después elija.

Entre la pulsión de la vida y la pulsión de la muerte, no hay mucho para dudar.

sábado, 27 de marzo de 2010

¡FELIZ CUMPLEAÑOS DICEPOLIN!


¿Vos te creés que yo tenía la menor sospecha de que iba a reanudar estas audiciones? ¡No para qué! Si te lo dije todo. Treinta y siete noches te hablé, treinta y siete noches en que te lo dije todo y vos no entendiste nada. Mejor dicho, no es que no me entendiste. No quisiste entender, que eso es peor. Pero te hablé treinta y siete noches y creo que ésa fue la embarrada. Yo debía haberte hablado treinta y siete días, siempre de día. La almohada, es un elemento muy valioso en la vida de la gente, pero la almohada sola, entendés, sin la noche. La almohada y la noche juntas son un peligro tremendo para la gente que como vos, acuña desesperanzada la idea de una rehabilitación que no puede llegarle, que no debe llegarle porque sería la desgracia de todos.

¿Me oís? Porque la noche es terrible para los que están en tu tormento. Les da no se si por proceso o por cansancio, una idea deforme de la realidad y porque el insomnio tiene la virtud de transformar en razonables las cosas más injustas.

Lo tuyo, por ejemplo. ¡Que querés volver! Lo tuyo, que es monstruoso porque es historia y está escrito en la memoria, en los papeles, en las cárceles, en los muertos y en los vivos que están muertos. Sos el pasado, el pasado más cruel que haya vivido nación alguna. Porque ningún país nació a la vida con tantas posibilidades para ser dichoso como este tuyo, y ninguno padeció tanta injusticia y tanta barbaridad como este tuyo y por tu culpa.

Sos el pasado que quiere volver por amor propio, sólo por amor propio. Idea mezquina la tuya en esta hora de las grandes decisiones, tan mezquina la idea que de tanto andarte a pie por la cabeza ella misma se te ha detenido avergonzada en las sienes y te late como si tuvieras un kilo en cada una.

¿Y sabés por qué? Porque tu idea y yo sabemos que no debés volver. Y vos también, en el fondo de tu alma, aunque lo escondas, sabés también que no debés volver. Por decoro. Por recuerdo. Por historia. Sos la imagen del retroceso, de la injusticia, del hambre, del entreguismo. Y el pueblo lo sabe, como lo sabés vos. El pueblo lo sabe, porque lo padeció, que venís de viejos partidos que nunca hicieron nada en beneficio del pueblo que es la patria y que si alguno de los tuyos, alguna vez, intentó portarse bien, se cansó en seguida. Fue solamente algún abuelo que se murió hace mucho. El pueblo sabe que vos sos nieto, que todos ustedes son nietos, que ninguno de ustedes hizo nada más que ser nieto, nieto de la plata, nieto de las ideas. Que desde la muerte de ellos, hasta la llegada de este gobierno, hubo un vacío de dignidad y esfuerzo que vos pudiste llenar y como un criminal no cumpliste ninguna de las veces que se te dio el gobierno.

Porque vos no sos una esperanza, ni una incógnita. ¡Vos gobernaste! ¡No una vez, sino varias veces... y mal! ¡Gobernaste mal! Infamemente. Y el pueblo sabe eso, como sabe todo. Reconocé entonces que es mal negocio para un pueblo tu vuelta al poder si para respetarte un poco ese pueblo tiene que pensar en tu abuelo.

Mal negocio para un pueblo como éste que está frente a un gobierno de asombro que le ha dado lo que ni Dios ni la madre le dieron en mil años. De un gobierno que ha puesto en marcha a la patria hacia un destino que nadie, nada más que él solo, puede conducir por una razón sencilla: porque este gobierno, en vez de seguir lo clásico que era tan cómodo, se metió en el tembladeral de las revisiones alcanzando a cada uno la proporción de dicha que le corresponde, revolución gloriosa que se alcanzó con el esfuerzo de unos cuantos para felicidad de todos, tan afortunada como revolución que vos, para darle alguna posibilidad a tu propaganda, tenés que ofrecer en tus discursos migajas de esa doctrina triunfante.

No creas que no te oí; bien claro que lo dijiste en una proclamación: «Y podemos asegurar a los obreros que si llegamos al poder las conquistas obtenidas no se perderán». ¿Obtenidas por quién? Por este gobierno. ¿Y si las obtuvo este gobierno, por qué te van a votar a vos? Has perdido hasta la sensación del ridículo. Mirá: este gobierno es tan perfecto que, por lograrlo todo, hasta nació de un carozo: no arrastra taras, no arrastra pasado, sólo tiene un presente indiscutible y un porvenir que da envidia.

Sí, Mordisquito. Vos sabés que no debés volver. Como sabés también que en el cuarto oscuro tus candidatos y vos lo van a votar a este gobierno. Sí, calláte. Yo sé lo que te digo. Si esto no fuera tan serio, si se pudiera hacer la broma, me gustaría que los peronistas todos te votáramos para verte disparar al extranjero horrorizado del triunfo, espantado de no saber qué hacer con un país cuyo destino no entendiste nunca y cuyo bienestar te repugna.

Hasta mañana, Mordisquito. Vengo por pocos días porque me has hecho volver, pero es la hora de las definiciones y yo tengo la obligación de decirte por qué no te prefiero ni yo, ni este pueblo. Tengo cincuenta años y una memoria de fierro. Y en esas condiciones, ¡no me la vas a contar, Mordisquito!

Enrique Santos Discépolo Deluchi, conocido como Discepolín, fue compositor, músico, dramaturgo y cineasta argentino, (27 de marzo de 1901 - 23 de diciembre de 1951).

Para escucharlo leído por Enrique Santos Discépolo ir a

http://desde-los-satelites.blogspot.com/2010/03/mordisquito-segunda-entrega-23.html#comments

viernes, 26 de febrero de 2010

El odio

Por Eduardo Aliberti

Sí, el tema de estas líneas es el odio. Planteado así, de manera tan seca y contundente, quizás y ante todo deba reconocerse que es más propio de cientistas sociales que de un simple periodista u opinólogo. Pero, precisamente porque uno es esto último, registra que su razonamiento respecto del clima político y social de la Argentina desemboca en algo que ya excede a la mera observación periodística.

Hay –es probable– una única cosa con la que muy difícilmente no nos pongamos todos de acuerdo, si se parte de una básica honestidad intelectual. Con cuantos méritos y deficiencias quieran reconocérsele e imputarle, desde 2003 el kirchnerismo reintrodujo el valor de la política, como ámbito en el que decidir la economía y como herramienta para poner en discusión los dogmas impuestos por el neoliberalismo. Ambos dispositivos habían desaparecido casi desde el mismo comienzo del menemismo, continuaron evaporados durante la gestión de la Alianza y, obviamente, el interregno del Padrino no estaba en actitud ni aptitud para alterarlos. Fueron trece años o más (si se toman los últimos del gobierno de Alfonsín, cuando quedó al arbitrio de las “fuerzas del mercado”) de un vaciamiento político portentoso. El país fue rematado bajo las leyes del Consenso de Washington y la rata, con una audacia que es menester admitirle, se limitó a aplicar el ordenamiento que, por cierto, estaba en línea con la corriente mundial. También de la mano con algunos aires de cambio en ese estándar, y así se concediera que no quedaba otra chance tras la devastación, la etapa arrancada hace siete años volvió a familiarizarnos con algunos de los significados que se creían prehistóricos: intervención del Estado en la economía a efectos de ciertas reparaciones sociales; apuesta al mercado interno como motor o batería de los negocios; reactivación industrial; firmeza en las relaciones con varios de los núcleos duros del establishment. Y a esa suma hay que agregar algo a lo cual, como adelanto de alguna hipótesis, parecería que debe dársele una relevancia enorme. Son las acciones y gestos en el escenario definido como estrictamente político, desde un lugar de recategorización simbólica: impulso de los juicios a los genocidas; transformación de la Corte Suprema ; enfriamiento subrayado con la cúpula de la Iglesia Católica ; Madres y Abuelas resaltadas como orgullo nacional y entrando a la Casa Rosada antes que los CEO de las multinacionales; militancia de los ’70 en posiciones de poder. En definitiva, y –para ampliar– aun cuando se otorgara que este bagaje provino de circunstancias de época, sobreactuaciones, conciencia culposa o cuanto quisiera argüirse para restarles cualidades a sus ejecutores, nadie, con sinceridad, puede refutar que se trató de un “reingreso” de la política. Las grandes patronales de la economía ya no eran lo único habilitado para decir y mandar. Hasta acá llegamos. Adelante de esta coincidencia que a derecha e izquierda podría presumirse generalizada, no hay ninguna otra. Se pudre todo. Pero se pudre de dos formas diferentes. Una que podría considerarse “natural”. Y otra que es el motivo de nuestros desvelos. O bien, de una ratificación que no quisiéramos encontrar.

La primera nace en el entendimiento de la política como un espacio de disputa de intereses y necesidades de clase y sector. Por lo tanto, es un terreno de conflicto permanente, que ondula entre la crispación y la tranquilidad relativa según sean el volumen y la calidad de los actores que forcejean. Este Gobierno, está claro, afectó algunos intereses muy importantes. Seguramente menos que los aspirables desde una perspectiva de izquierda clásica, pero eso no invalida lo anterior. Tres de esos enfrentamientos en particular, debido al tamaño de los bandos conmovidos, representan un quiebre fatal en el modo con que la clase dominante visualiza al oficialismo. Las retenciones agropecuarias, la reestatización del sistema jubilatorio y la ley de medios audiovisuales. Ese combo aunó la furia. Una mano en el bolsillo del “campo”; otra en uno de los negociados públicos más espeluznantes que sobrevivían de los ’90, y otra en el del grupo comunicacional más grande del país, con el bonus track de haberle quitado la televisación del fútbol. De vuelta: no vienen al caso las motivaciones que el kirchnerismo tenga o haya tenido y no por no ser apasionante y hasta necesario discutirlas, sino porque no son aquí el objeto de estudio. Es irrebatible que ese trío de medidas –y algunas acompañantes– desató sobre el Gobierno el ataque más fanático de que se tenga memoria. Hay que retroceder hasta el segundo mandato de Perón, o al de Illia, para encontrar –tal vez– algo semejante. Potenciados por el papel aplastante que adquirieron, los medios de comunicación son un vehículo primordial de esa ira. El firmante confiesa que sólo la obligación profesional lo mueve a continuar prestando atención puntillosa a la mayoría de los diarios, programas radiofónicos, noticieros televisivos. No es ya una cuestión de intolerancia ideológica sino de repugnancia, literalmente, por la impudicia con que se tergiversa la información, con que se inventa, con que se apela a cualquier recurso, con que se bastardea a la actividad periodística hasta el punto de sentir vergüenza ajena. Todo abonado, claro está, por el hecho de que uno pertenece a este ambiente hace ya muchos años, y entonces conoce los bueyes y no puede creer, no quiere creer, que caigan tan bajo colegas que hasta ayer nomás abrevaban en el ideario de la rigurosidad profesional. Ni siquiera hablamos de que eran progresistas. La semana pasada se pudo leer que los K son susceptibles de ser comparados con Galtieri. Se pudo escuchar que hay olor a 2001. Hay un límite, carajo, para seguir afirmando lo que el interés del medio requiere. Gente de renombre, además, que no se va a quedar sin trabajo. Gente –no toda, desde ya– de la que uno sabe que no piensa políticamente lo que está diciendo, a menos que haya mentido toda su vida.

Sin embargo, más allá de estas disquisiciones, todavía estamos en el campo de batalla “natural” de la lucha política; es decir, aquel en el que la profundidad o percepción de unas medidas gubernamentales, y del tono oficialista en general, dividieron las aguas con virulencia. Son colisiones con saña entre factores de poder, los grandes medios forman parte implícita de la oposición (como alternativamente ocurre en casi todo el mundo) y no habría de qué asombrarse ni temer. Pero las cosas se complican cuando nos salimos de la esfera de esos tanques chocadores, y pasamos a lo que el convencionalismo denomina “la gente” común. Y específicamente la clase media, no sólo de Buenos Aires, cuyas vastas porciones –junto con muchas populares del conurbano bonaerense– fueron las que el 28-J produjeron la derrota electoral del kirchnerismo. ¿Hay sincronía entre la situación económica de los sectores medios y su bronca ya pareciera que crónica? Por fuera de la escalada inflacionaria de las últimas semanas, tanto en el repaso del total de la gestión como de la coyuntura, los números dan a favor. En cotejo con lo que ocurría en 2003, cuando calculado en ingresos de bolsillo pasó a ser pobre el 50 por ciento del país, o con las marquesinas de esta temporada veraniega, en la que se batieron todos los records de movimiento turístico y consumo, suena inconcebible que el grueso de la clase media pueda decir que está peor o que le va decididamente mal. Pero eso sería lo que en buena medida expresaron las urnas, y lo que en forma monotemática señalan los medios.

Veamos las graduaciones con que se manifiesta ese disconformismo. Porque podría conferirse la licencia de que, justamente por ir mejor las cosas en lo económico, la “gente” se permite atender otros aspectos en los que el oficialismo queda muy mal parado, o apto para las acusaciones. Ya se sabe: autoritarismo, sospechas de corrupción, desprecio por el consenso, ausencia de vocación federalista, capitalismo de amigotes y tanto más por el estilo. Nada distinto, sin ir más lejos, a lo que recién sobre su final se le endilgó a Menem y su harén de mafiosos. ¿Qué habrá sucedido para que, de aquel tiempo a hoy, y a escalas tan similares de bonanza económica real o presunta, éstos sean el Gobierno montonero, la puta guerrillera, la grasa que se enchastra de maquillaje, los blogs rebosantes de felicidad por la carótida de Kirchner, los ladrones de Santa Cruz, la degenerada que usa carteras de 5 mil dólares, la instalación mediática de que no llegan al 2011, el olor al 2001, el uso del avión presidencial para viajes particulares? ¿Cómo es que la avispa de uno sirvió para que se cagaran todos de la risa y las cirugías de la otra son el símbolo de a qué se dedica esta yegua mientras el campo se nos muere? ¿Cómo es que cuando perpetraron el desfalco de la jubilación privada nos habíamos alineado con la modernidad, y cuando se volvió al Estado es para que estos chorros sigan comprándose El Calafate? Pero sobre todo, ¿cómo es que todo eso lo dice tanta gente a la que en plata le va mejor?

Uno sospecharía principalmente de los medios. De sus maniobras. De que es un escenario que montan. Pues no. Por mucho que haya de eso, de lo que en verdad sospecha es de que el odio generado en las clases altas, por la afectación de algunos de sus símbolos intocables, ha reinstalado entre la media el temor de que todo se vaya al diablo y pueda perder algunas de las parcelas pequebú que se le terminaron yendo irremediablemente ahí, al diablo, cada vez que gobernaron los tipos a los que les hace el coro.

Debería ser increíble, pero más de 50 años después parece que volvió el “Viva el Cáncer” con que los antepasados de estos miserables festejaron la muerte de Eva.

sábado, 13 de febrero de 2010

Liberarnos de zonceras argentinas

"¿Los argentinos somos zonzos...?". "Las zonceras que voy a tratar consisten en principios introducidos en nuestra formación intelectual desde la más tierna infancia -y en dosis para adultos con la apariencia de axiomas, para impedirmos pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido... A medida que usted vaya leyendo algunas, se irá sorprendiendo, como yo oportunamente, de haberlas oído, y hasta repetido, innumerables veces, sin reflexionar sobre ellas y, lo que es peor, pensando desde ellas."


"Basta detenerse un instante en su análisis para que la zoncera resulte obvia, pero ocurre que lo obvio pasa con frecuencia inadvertido, precisamente por serlo."

"Su fuerza no está en la argumentación. Simplemente excluyen la argumentación actuando dogmáticamente mediante un axioma introducido en la inteligencia -que sirve de premisa- y su eficacia no depende, por lo tanto de la habilidad en la discusión como de que no haya discusión. Porque en cuanto el zonzo analiza la zoncera -como ya se ha dicho- deja de ser zonzo,"

"Para hacerlo sólo se requiere no ser zonzo por naturaleza ... ; simplemente, estar solamente azonzado, que así viene a ser cosa transitoria, como lo señala el verbo."

"Tampoco son zonzos congénitos los difusores de la pedagogía colonialista. Muchos son excesivamente vivos porque ése es su oficio y conocen perfectamente los fines de las zonceras que administran: otros no tienen ese propósito avieso sin ser zonzos congénitos: lo que les ocurre es que cuando las zonceras se ponen en evidencia no quieren enterarse; es una actitud defensiva porque comprenden que con la zoncera se derrumba la base de su pretendida sabiduría y, sobre todo, su prestigio."

"Las zonceras no se enseñan como una asignatura. Están dispersamente introducidas en todas y hay que irlas entresacando... se apoyan y se complementan unas con otras, pues la pedagogía colonialista no es otra cosa que un puzzle de zonceras. ...de la comprobación aislada de cada zoncera llegaremos por inducción -del fenómeno a la ley que lo rige- a comprobar que se trata de un sistema, de elementos de una pedagogía, destinada a impedir que el pensamiento nacional se elabore desde los hechos, es decir desde las comprobaciones del buen sentido."

"Civilización y barbarie, esa zoncera madre que las parió a todas: Todo hecho propio por serlo, era bárbaro y todo hecho ajeno, importado, por serlo, era civilizado. Civilizar, pues, consistió en desnacionalizar."

"Descubrir las zonceras que llevamos adentro es un acto de liberación: es como sacar un entripado valiéndose de un antiácido, pues hay cierta analogía entre la indigestión alimenticia y la intelectual. Es algo así como confesarse o someterse al psicoanálisis -que son modos de vomitar entripados-, y siendo uno el propio confesor o psicoanalista".

En Manual de zonceras argentinas de Arturo Martín Jauretche (Lincoln,13 de noviembre de 1901- Buenos Aire, 25 de mayo de 1974). Pensador, escritor y político argentino.

domingo, 24 de enero de 2010

Festejamos cuando nos va mal


Tropiezos. En 2008, en Barrio Norte cacerolearon a favor del campo.


Por Luz Laici

La frase volvió a escucharse en las últimas semanas. “Ojalá se vaya esta yegua.” No hace falta especificar demasiado: el uso ofensivo del animal refiere a la presidenta Cristina Fernández. El disparador esta vez fue el conflicto entre el gobierno y el presidente del Banco Central, Martín Redrado, fogoneado por una oposición política y ciertos sectores de la sociedad que parecieran regodearse con el camino al fracaso. Para (casi) todos.

Ya pasó tiempo atrás: la mayoría de los argentinos festejó el bombardeo del ’55, acompañó el golpe del ’76 con gritos de gol incluidos, entregó oro y comida porque “las Malvinas son argentinas”, aplaudió la presión económica que llevó a la entrega anticipada del gobierno de Raúl Alfonsín, festejó las privatizaciones de Carlos Menem, marchó en diciembre de 2001 hacia Plaza de Mayo y caceroleó en Barrio Norte por la pobre Sociedad Rural. ¿Casualidad o puro masoquismo local?

“Golpe blando”, sentencia el teólogo Rubén Dri. Y explica: “Como lo describió el politólogo norteamericano Gene Sharpe, esos procesos destituyentes se caracterizan por la deslegitimación, el calentamiento de la calle, las fracturas políticas. La defensa de las instituciones y su calidad constituyen muletillas de quienes no pierden oportunidad, porque toda ocasión es buena para un brindis, para desgastar al gobierno y su capacidad de llevar adelante la gestión para la que fue elegido. En ese caso, se apuesta al conflicto respondiendo a los intereses personales y no a los colectivos. Hoy en día, (Julio) Cobos y Redrado son los exponentes máximos de quienes hacen de la traición y la hipocresía una virtud. Como lo insinuaron Grondona y Biolcati en amigable conversación, Cobos está allí esperando que la manzana le caiga en las manos, mientras la oposición sacude el manzano con todas sus fuerzas”.

Ni siquiera en tiempos como el 2010 que, en la mayoría de las previsiones, se avizoraba con recuperación económica, superávit fiscal y comercial y redistribución del ingreso con la asignación universal por hijo a la cabeza, los argentinos nos entregamos al disfrute de las buenas perspectivas. Una idiosincracia que, para el historiador Pacho O’Donnell, tiene su raíz histórica en “la base del dilema sarmientito, de civilización o barbarie, donde la civilización era el ideal europeo y la barbarie, las provincias, los gauchos, los federales, los caudillos, las tradiciones criollas, lo propio. Esa cuestión, el construirnos al revés, hace que sintamos lo ajeno como mejor de lo propio y nos autodenigremos”.

El psicoanalista Enrique Carpintero, en cambio, lo ilustra de otro modo: “Sin ir tan lejos en el tiempo, en los ’90 el afianzamiento de la globalización capitalista generó una cultura basada en el individualismo que no encontró alternativa de cambio. Es conocido el ego de los argentinos en el mundo pero no debemos entender el fracaso de nuestra estabilidad como sociedad sólo por cuestiones internas sino ante la complejidad de un mundo globalizado. En griego, individualismo se llama idiocia, lo cual nos lleva a que uno de los problemas sea la importancia que tuvo la subjetividad del idiota al que sólo le interesa el mezquino interés privado. El idiota, hoy en día, desconoce al otro y los valores de solidaridad, y eso hace que amenace con llevar la catástrofe a todo el mundo. Es aquí donde encontramos el fracaso de una cultura globalizada que no responde a nuestras necesidades e intereses”.

La historia de los países tiene sus particularidades. Y la nuestra no es la excepción: crisis cíclicas, festejadas por amplios sectores sociales y un alto grado de desacople en las consecuencias. ¿Ausencia de culpa o autocrítica nula? “Abundante clase media”, ironiza Dri. “Un abanico social que, en general, no se hizo ni se hace cargo de sus actos –continúa–, porque la culpa la tiene el otro, como canta Larralde.”

“No bien el único proyecto de país se redujo a que nadie te joda, un horizonte descomprometido y genocida se abrió paso en la sociedad argentina”, analiza el historiador Alejandro Horowicz. Y agrega: “El responsable final de las conjuras es el gobierno nacional mientras todos buscan seguir siendo indefinidamente adolescentes, carentes de la menor responsabilidad. El 2001 mitigó durante una fracción de segundo histórico esa pobrísima perspectiva, pero no bien el 3 a 1 se estabilizó, cada cual volvió a sus asuntos. Con la reaparición del conflicto social –la resolución 125 trajo a la superficie los sedimentos más miserables y constitutivos de una sociedad que no repensó nada– los temores revivieron movilizados por el nuevo horizonte de crisis. Y una vez más quedó claro que los responsables de la dictadura terrorista no eran sólo tres comandantes militares, sino la compacta mayoría que, implícita o explícitamente, militó bajo las banderas del ‘por algo será’”.

Una elección, al menos, curiosa si se tiene en cuenta que la desdicha, lejos de ser ajena, resulta compartida. Y deshilacha todo intento de integración social. “Pero el establishment nunca reconoce las políticas que buscan mejorar la situación social”, comenta Jorge Elbaum, profesor de Sociología y Comunicación Política. Y remata: “Aunque también implica un déficit político y comunicacional de quienes buscan transformar la realidad, como sucedió en los primeros años del kirchnerismo, porque entienden al pesimismo como una ‘esencia’, algo inserto en la sociedad. Y esto no es así: el sabotaje político es simplemente enarbolado por aquellos que perderían el tren de su proyecto. Como sucede con el neoliberalismo y los conservadores hoy, que sienten que está en juego su propia supervivencia futura y cuando se trata de proyectos en conflicto, el fracaso del otro suele verse como triunfo propio”.

Y eso que estamos en el año del Bicentenario. ¿Habremos madurado?