jueves, 17 de mayo de 2012

A raíz de debates sobre "la neutralidad"


Polémica entre Félix Luna y Arturo Jauretche

En estos días hay muchos debates y discusiones a raíz del rol de los periodistas, si es posible la neutralidad, diferenciar la objetividad de la neutralidad. Y neutralidad no sólo del periodismo y los periodistas: actores, ciudadanos etc etc etc.Encontré en un libro que estoy leyendo (Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner" de Norberto Galasso) esta polémica entre Félix Luna y Arturo Jauretche que me parece que viene justo para ese debate.

El eclecticismo de la Historia Social es llevado por Félix Luna a sus últimas consecuencias. Ello le vale una polémica con Arturo Jauretche en 1972. Con motivo de la exhibición de la película Juan Manuel de Rosas, de Manuel Antín, Luna sostiene que “el mismo primitivismo con que la historia de Grosso dividía a los argentinos en buenos y malos es el que campea esta película. La diferencia es que los malos de Grosso son los buenos de Antín y viceversa (…) Aquí se revive aquel viejo esquematismo con el más elemental maniqueísmo.” Jauretche le refuta sosteniendo que Luna se coloca “en esa posición de ´bendigo a tuti´ que desde un púlpito neutral le permite distribuir justicia mitad por mitad, eclécticamente”.
Luna recoge el guante y sostiene “Creo en la ecuanimidad” y con una estocada antiperonista agrega: “no soy de los que postulan “Al enemigo, ni justicia”. Y teoriza: “El país lo han hecho todos, con sus errores y con sus aciertos y usted mismo, le guste o no, está viviendo en un país estructurado por los hombres que detesta. Podrá intentar modificarlo peor no puede renunciar a él ni puede pretender que el país se desprenda de toda una mitad de su historia para asumir solamente la otra mitad”.
Desde la revista Dinamis llega, poco después, la respuesta de Jauretche: “Es que el doctor Luna supone que la posición revisionista en que estamos es una posición de jueces. El que se coloca en juez, puede ser ecuánime: nosotros no somos jueces, somos fiscales. Estamos construyendo el proceso a la falsificación de la historia y develando cómo se la falsificó y qué objeto actual  y futuro tiene esa falsificación. Nosotros no somos jueces porque la historia falsificada no está sentada en el banquillo de los acusados para que nosotros la juzguemos. Lo que queremos es sentarla en el banquillo para acusarla ante los jueces, que son las generaciones que vendrán (…) No (se) puede ser ecuánime hasta que no esté demolido el edificio de la mentira. Le pregunto al doctor Luna: ¿Qué estatuas están sobre los pedestales? ¿Qué retratos presiden todos los salines de las escuelas y de los edificios públicos de la república? ¿Qué hechos se rememoran oficialmente y cuáles se silencian?, ¿Qué dicen los programas escolares secundarios y hasta universitarios? ¿Qué enseñan las academias? ¿Qué dicen los grandes diarios? (…) No, Luna, no. `Iguala y largamos` como dice el jinete que se apresta a correr una carrera con otro. No es todavía el tiempo de la ecuanimidad porque para ello hace falta que todos hayan sido –hombres y hechos- medidos con la misma vara y que las oportunidades sean para todos iguales. ¿No se ha dado cuenta, usted Luna, que la Plaza 11 de Septiembre recuerda un episodio indignante y es una de las plazas más importantes de Buenos Aires?”.
Luego, agrega: “Un historiador riojano, De La Vega, escribió un libro que leí hace muchos años, cuyo tema era Mitre y este siglo. Al terminar, el riojano de La Vega quiso ser ecuánime y no halló mejor recurso que mandarlos a Mitre y a Peñaloza a los campos Elíseos para que allí, en ese Paraíso, se reconciliaran. No sé si lo hicieron, pero imagino que Mitre lo abrazaría al Chacho con las dos manos, mientras El Chacho no podría pasar por la cintura de don Bartolo más que un hay primero que ponerle la cabeza al Chacho”. Finalmente, sostiene: “No confunda, doctor Luna, ecuanimidad con encubrimiento. Y no crea que el revisionismo consiste en desnudar a un santo para verita a otro. No. Los santos que nosotros defendemos hace rato que están desnudos y lo que queremos es que los otros se saquen los ropones con que los han disfrazado –hombres y hechos- para empezar desde allí, entonces sí, una revisión también es una política de la historia y debe ser una política combatiente (…) Es un error frecuente confundir ecuanimidad con eclecticismo. Es lo que le pasa a ese desarrollismo hecho sobre la base de las palabras, puestas por el país y los hechos, puestos por el extranjero, que solo es una variante de la visión crematística liberal que impera en el país después de Caseros: hacer un país en cifras. Nosotros creemos que hacer un país es hacer hombres para que, a su vez, los hombres hagan el país”.
Una vez más queda al descubierto que el planteo de Luna –y de la Historia Social de la cual es su Grosso divulgador –conduce a vaciar a la historia argentina de toda pasión militante, de todo el interés vivo- de polémica ideológica y material- que le otorga la lucha de clases y que coloca al historiador como continuador de aquellas luchas, sumergido en una empresa colectiva que viene desde el pasado y aún está por concretarse. Si la Argentina la hicieron tanto unos como otros, según los Halperín y los Luna, quedan en el mismo plano las víctimas y los represores, los incorruptibles y los entregadores, los idealistas que lucharon por un mundo mejor y quienes empujaron hacia atrás por un mundo peor.
En esta glorificación del eclecticismo y este reconocimiento de víctimas y victimarios como iguales hacedores de la argentina, Luna y Romero (h) se abrazan, intentando legitimar su conducta con el argumento de que “las corrientes historiográficas eclécticas imperan en el mundo” o que “es preferible la tendencia al equilibrio  la conciliación, por parte dela sociedad argentina”. Olvidan –dada su sumisión ideológica a los países centrales- que la riqueza de los mismos (intercambio desigual, exacción imperialista, intereses de la deuda externa) morigera en ellos los enfrentamientos sociales y por ende la controversia ideológica y política; asimismo, olvidan que la clase dominante de la Argentina, agotado su período de esplendor, impulsa “esa tendencia general de la sociedad argentina hacia “la armonía”, por sobre los “conflictos”, pues ese aparente empate –el eclecticismo- le sirve tanto para resguardar su pasado como para consolidar su presente. En un país dependiente, un auténtico historiador debe privilegiar los “conflictos”, “los antagonismos” y asumir como propio el campo de lo nacional que es el de los trabajadores, aunque esa posición lo excluya de las cátedras, de las academias y de las queridas becas y así seguramente “hará” historia, no como Historia Social que según el propio Romero (h) se desarrolla “en consciente y firme apartamiento de las incitaciones y demandas de la conciencia histórica del pueblo que –sabíamos- se nutría de otras fuentes”, sino en plena consubstanciación con esa experiencia y esa conciencia histórica. El camino que ellos adoptan, en cambio, es someterse a la orientación general de las clases dominantes externas e internas que prefieren, por supuesto, un relato pleno de minuciosidades, armonías y conciliaciones o desviar la verdadera historia hacia las anécdotas de la novela histórica donde, en general, prevalece también esa concepción vaciadora y esterilizante de las grandes luchas sociales.
Es necesario, pues, no congelar la controversia y la pasión por descubrir la verdad, evitando que la historia sea promotora de la resignación y reemplace los proyectos colectivos por las empresas individuales donde las batallas no se dan por grandes banderas sociales sino por becas, prestigio y cátedras.
Arturo Jauretche en revista Dinamis reproducido en Las Plémicas de Jaurteche

De: Galasso, Norberto “Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner”, Tomo 1, Ediciones Colihue, 2011

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