Polémica entre Félix Luna y Arturo Jauretche
En estos días hay muchos debates y discusiones a raíz del rol de los periodistas, si es posible la neutralidad, diferenciar la objetividad de la neutralidad. Y neutralidad no sólo del periodismo y los periodistas: actores, ciudadanos etc etc etc.Encontré en un libro que estoy leyendo (Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner" de Norberto Galasso) esta polémica entre Félix Luna y Arturo Jauretche que me parece que viene justo para ese debate.
En estos días hay muchos debates y discusiones a raíz del rol de los periodistas, si es posible la neutralidad, diferenciar la objetividad de la neutralidad. Y neutralidad no sólo del periodismo y los periodistas: actores, ciudadanos etc etc etc.Encontré en un libro que estoy leyendo (Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner" de Norberto Galasso) esta polémica entre Félix Luna y Arturo Jauretche que me parece que viene justo para ese debate.
El eclecticismo de la Historia Social es llevado por Félix
Luna a sus últimas consecuencias. Ello le vale una polémica con Arturo
Jauretche en 1972. Con motivo de la exhibición de la película Juan Manuel de
Rosas, de Manuel Antín, Luna sostiene que “el mismo primitivismo con que la
historia de Grosso dividía a los argentinos en buenos y malos es el que campea
esta película. La diferencia es que los malos de Grosso son los buenos de Antín
y viceversa (…) Aquí se revive aquel viejo esquematismo con el más elemental
maniqueísmo.” Jauretche le refuta sosteniendo que Luna se coloca “en esa
posición de ´bendigo a tuti´ que desde un púlpito neutral le permite distribuir
justicia mitad por mitad, eclécticamente”.
Luna recoge el guante y sostiene “Creo en la ecuanimidad” y con una estocada antiperonista agrega: “no soy de los que postulan “Al enemigo, ni justicia”. Y teoriza: “El país lo han hecho todos, con sus errores y con sus aciertos y usted mismo, le guste o no, está viviendo en un país estructurado por los hombres que detesta. Podrá intentar modificarlo peor no puede renunciar a él ni puede pretender que el país se desprenda de toda una mitad de su historia para asumir solamente la otra mitad”.
Desde la revista Dinamis llega, poco después, la respuesta de Jauretche: “Es que el doctor Luna supone que la posición revisionista en que estamos es una posición de jueces. El que se coloca en juez, puede ser ecuánime: nosotros no somos jueces, somos fiscales. Estamos construyendo el proceso a la falsificación de la historia y develando cómo se la falsificó y qué objeto actual y futuro tiene esa falsificación. Nosotros no somos jueces porque la historia falsificada no está sentada en el banquillo de los acusados para que nosotros la juzguemos. Lo que queremos es sentarla en el banquillo para acusarla ante los jueces, que son las generaciones que vendrán (…) No (se) puede ser ecuánime hasta que no esté demolido el edificio de la mentira. Le pregunto al doctor Luna: ¿Qué estatuas están sobre los pedestales? ¿Qué retratos presiden todos los salines de las escuelas y de los edificios públicos de la república? ¿Qué hechos se rememoran oficialmente y cuáles se silencian?, ¿Qué dicen los programas escolares secundarios y hasta universitarios? ¿Qué enseñan las academias? ¿Qué dicen los grandes diarios? (…) No, Luna, no. `Iguala y largamos` como dice el jinete que se apresta a correr una carrera con otro. No es todavía el tiempo de la ecuanimidad porque para ello hace falta que todos hayan sido –hombres y hechos- medidos con la misma vara y que las oportunidades sean para todos iguales. ¿No se ha dado cuenta, usted Luna, que la Plaza 11 de Septiembre recuerda un episodio indignante y es una de las plazas más importantes de Buenos Aires?”.
Luna recoge el guante y sostiene “Creo en la ecuanimidad” y con una estocada antiperonista agrega: “no soy de los que postulan “Al enemigo, ni justicia”. Y teoriza: “El país lo han hecho todos, con sus errores y con sus aciertos y usted mismo, le guste o no, está viviendo en un país estructurado por los hombres que detesta. Podrá intentar modificarlo peor no puede renunciar a él ni puede pretender que el país se desprenda de toda una mitad de su historia para asumir solamente la otra mitad”.
Desde la revista Dinamis llega, poco después, la respuesta de Jauretche: “Es que el doctor Luna supone que la posición revisionista en que estamos es una posición de jueces. El que se coloca en juez, puede ser ecuánime: nosotros no somos jueces, somos fiscales. Estamos construyendo el proceso a la falsificación de la historia y develando cómo se la falsificó y qué objeto actual y futuro tiene esa falsificación. Nosotros no somos jueces porque la historia falsificada no está sentada en el banquillo de los acusados para que nosotros la juzguemos. Lo que queremos es sentarla en el banquillo para acusarla ante los jueces, que son las generaciones que vendrán (…) No (se) puede ser ecuánime hasta que no esté demolido el edificio de la mentira. Le pregunto al doctor Luna: ¿Qué estatuas están sobre los pedestales? ¿Qué retratos presiden todos los salines de las escuelas y de los edificios públicos de la república? ¿Qué hechos se rememoran oficialmente y cuáles se silencian?, ¿Qué dicen los programas escolares secundarios y hasta universitarios? ¿Qué enseñan las academias? ¿Qué dicen los grandes diarios? (…) No, Luna, no. `Iguala y largamos` como dice el jinete que se apresta a correr una carrera con otro. No es todavía el tiempo de la ecuanimidad porque para ello hace falta que todos hayan sido –hombres y hechos- medidos con la misma vara y que las oportunidades sean para todos iguales. ¿No se ha dado cuenta, usted Luna, que la Plaza 11 de Septiembre recuerda un episodio indignante y es una de las plazas más importantes de Buenos Aires?”.
Luego, agrega: “Un historiador riojano, De La Vega, escribió
un libro que leí hace muchos años, cuyo tema era Mitre y este siglo. Al
terminar, el riojano de La Vega quiso ser ecuánime y no halló mejor recurso que
mandarlos a Mitre y a Peñaloza a los campos Elíseos para que allí, en ese
Paraíso, se reconciliaran. No sé si lo hicieron, pero imagino que Mitre lo
abrazaría al Chacho con las dos manos, mientras El Chacho no podría pasar por
la cintura de don Bartolo más que un hay primero que ponerle la cabeza al
Chacho”. Finalmente, sostiene: “No
confunda, doctor Luna, ecuanimidad con encubrimiento. Y no crea que el
revisionismo consiste en desnudar a un santo para verita a otro. No. Los santos
que nosotros defendemos hace rato que están desnudos y lo que queremos es que
los otros se saquen los ropones con que los han disfrazado –hombres y hechos-
para empezar desde allí, entonces sí, una revisión también es una política de
la historia y debe ser una política combatiente (…) Es un error frecuente confundir ecuanimidad con eclecticismo. Es lo
que le pasa a ese desarrollismo hecho sobre la base de las palabras, puestas
por el país y los hechos, puestos por el extranjero, que solo es una variante
de la visión crematística liberal que impera en el país después de Caseros:
hacer un país en cifras. Nosotros creemos que hacer un país es hacer hombres
para que, a su vez, los hombres hagan el país”.
Una vez más queda al descubierto que el planteo de Luna –y
de la Historia Social de la cual es su Grosso divulgador –conduce a vaciar a la historia argentina de toda
pasión militante, de todo el interés vivo- de polémica ideológica y material- que le otorga la lucha de clases
y que coloca al historiador como continuador de aquellas luchas, sumergido en
una empresa colectiva que viene desde el pasado y aún está por concretarse. Si
la Argentina la hicieron tanto unos como otros, según los Halperín y los Luna,
quedan en el mismo plano las víctimas y los represores, los incorruptibles y
los entregadores, los idealistas que lucharon por un mundo mejor y quienes
empujaron hacia atrás por un mundo peor.
En esta glorificación del eclecticismo y este reconocimiento
de víctimas y victimarios como iguales hacedores de la argentina, Luna y Romero
(h) se abrazan, intentando legitimar su conducta con el argumento de que “las
corrientes historiográficas eclécticas imperan en el mundo” o que “es
preferible la tendencia al equilibrio la
conciliación, por parte dela sociedad argentina”. Olvidan –dada su sumisión
ideológica a los países centrales- que la riqueza de los mismos (intercambio
desigual, exacción imperialista, intereses de la deuda externa) morigera en
ellos los enfrentamientos sociales y por ende la controversia ideológica y
política; asimismo, olvidan que la clase dominante de la Argentina, agotado su
período de esplendor, impulsa “esa tendencia general de la sociedad argentina
hacia “la armonía”, por sobre los “conflictos”, pues ese aparente empate –el
eclecticismo- le sirve tanto para resguardar su pasado como para consolidar su
presente. En un país dependiente, un auténtico historiador debe privilegiar los
“conflictos”, “los antagonismos” y asumir como propio el campo de lo nacional
que es el de los trabajadores, aunque esa posición lo excluya de las cátedras,
de las academias y de las queridas becas y así seguramente “hará” historia, no
como Historia Social que según el propio Romero (h) se desarrolla “en consciente
y firme apartamiento de las incitaciones y demandas de la conciencia histórica
del pueblo que –sabíamos- se nutría de otras fuentes”, sino en plena
consubstanciación con esa experiencia y esa conciencia histórica. El camino que
ellos adoptan, en cambio, es someterse a la orientación general de las clases
dominantes externas e internas que prefieren, por supuesto, un relato pleno de
minuciosidades, armonías y conciliaciones o desviar la verdadera historia hacia
las anécdotas de la novela histórica donde, en general, prevalece también esa
concepción vaciadora y esterilizante de las grandes luchas sociales.
Es necesario, pues, no congelar la controversia y la pasión
por descubrir la verdad, evitando que la historia sea promotora de la
resignación y reemplace los proyectos colectivos por las empresas individuales
donde las batallas no se dan por grandes banderas sociales sino por becas,
prestigio y cátedras.
Arturo Jauretche en
revista Dinamis reproducido en Las Plémicas de Jaurteche
De: Galasso, Norberto “Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner”, Tomo 1, Ediciones Colihue, 2011
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